Santiago, hermano de Jesús – El personaje Bíblico con Rosa Mariscal

Jacobo,(o Santiago) el hermano del Señor (Mt. 13:55; Mr. 6:3; Gá. 1:19); estaba a la cabeza de la Iglesia en Jerusalén en la época apostólica (Hch. 12:17; 15:13; 21:18; Gá. 1:19; 2:7, 12). Los Evangelios no mencionan más que dos veces el nombre de este Jacobo (Mt. 13:55; Mr. 6:3), pero se halla comprendido entre los «hermanos del Señor», que no creían en Él durante Su vida (Jn. 7:5), pero que vinieron a ser discípulos de Él tras Su resurrección (Hch. 1:14). 

En la Biblia, a los hermanos de Jesús  siempre se les halla acompañando a María, participando de la vida de ella, de sus viajes, y comportándose hacia ella como sus hijos (Mt. 12:46, 47; Lc. 8:19; Jn. 2:12). No puede rechazarse en manera alguna que fueran verdaderamente los hermanos del Señor, hijos de María tenidos con José después del nacimiento del Señor (cfr. Mt. 1:24, 25: «Y… José… recibió a su mujer. Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito …»). 

Jacobo figura a la cabeza de la lista (Mt. 13:55; Mr. 6:3), probablemente porque era el mayor de los otros hijos de María. Es indudable que participó en la incredulidad de ellos (Jn. 7:5) y en las aprensiones que mostraron hacia el comportamiento del Señor (Mr. 3:21, 31). El Evangelio no dice ni cuándo ni cómo Jacobo vino a ser un servidor de Cristo (Hch. 1:13, 14; Stg. 1:1). Es posible que su conversión se produjera como con Pablo, gracias a una aparición especial del Resucitado (1 Co. 15:7). Desde que la Iglesia se organiza en Jerusalén, Jacobo la preside (Hch. 12:17; 15:13; 21:18; Gá. 1:19; 2:7, 12). Ya hacia el 37 de nuestra era, Pablo, acudiendo por primera vez a Jerusalén tras su conversión, considera necesario visitar a Jacobo (en el 44 d.C.) como el más destacado entre los hermanos; en la visita de Hch. 21:18 (58 d.C.) ve en él, por lo que parece, a uno de los jefes de la iglesia (cfr. Gá. 2:12).  Los hermanos que acudían a Jerusalén se daban a conocer primero a Jacobo, para exponerle a él el motivo de su visita (Hch. 12:17; 21:18; Gá. 1:19; 2:7–9).

 Su misión consistía en facilitar a los judíos su paso al cristianismo. Jacobo tenía la misma concepción que Pablo de la salvación por la fe: ello se desprende no sólo de la declaración de Pablo en Gá. 2:7–9, sino también del discurso de Jacobo en Jerusalén (Hch. 15:13–21); de todas maneras, Jacobo representa también la posición de los cristianos de origen judío (Gálatas 2:12).  Según Hch. 21:18 (en el 58 d. C.), el NT no menciona más a este Jacobo. La historia profana informa que sufrió el martirio en un motín del populacho de Jerusalén, entre la muerte de Festo y la designación de su sucesor, en el 62 d.C. (Ant. 20:9, 1).

Después del martirio de Esteban (Hechos 7.55–8.3), aumentó la persecución y los cristianos de Jerusalén fueron esparcidos por todo el mundo romano. Hubo comunidades judías cristianas florecientes en Roma, Alejandría, Chipre y ciudades de Grecia y de Asia menor. Debido a que estos nuevos creyentes no tuvieron el apoyo para establecer iglesias cristianas, Santiago les escribió como un líder interesado en el bienestar de ellos a fin de animarlos en la fe durante ese período difícil.

EL PROPÓSITO DE LA EPÍSTOLA:  Es poner al descubierto las prácticas hipócritas y enseñar una conducta cristiana correcta. 

LOS DESTINATARIOS: Son los cristianos judíos del primer siglo que residían en comunidades gentiles fuera de 

Palestina y todos los cristianos de todas partes 

LA FECHA:  Es probablemente el año 49 d.C., antes del concilio de Jerusalén realizado en 50 d.C. 

EL MARCO HISTÓRICO: Esta carta expresa la preocupación de Santiago por los cristianos perseguidos que en alguna oportunidad fueron parte de la iglesia de Jerusalén.

Santiago les escribió a los cristianos judíos que habían sido esparcidos por todo el mundo Mediterráneo debido a la persecución. En un ambiente hostil fueron tentados a aceptar una creencia intelectual en vez de la fe verdadera.

 Esta carta puede tener un excelente contenido para nosotros al recordarnos que la fe genuina transforma vidas. Se nos anima a poner la fe en acción. Es fácil decir que tenemos fe, pero la fe verdadera producirá obras de amor para los demás. 

SANTIAGO ENSEÑA SOBRE LA IMPORTANCIA DE LA FE VIVA: Quiere que los creyentes no solo oigan la verdad, sino que también la pongan en práctica. Hace una comparación entre la fe vacía (afirmaciones sin conducta) y la fe que da resultados. La dedicación a amar y a servir a los demás es prueba de verdadera fe.

Es muy importante la fe viva. Asegurémonos de que nuestra  fe sea más que una simple declaración; también debe traducirse en acción. Estemos atento a las posibilidades de poner nuestra fe en acción.

LA IMPORTANCIA DE LAS PRUEBAS: En la vida cristiana hay pruebas y tentaciones. Sobreponerse con éxito a esas adversidades produce madurez y carácter firme.

No nos amarguemos cuando vengan los problemas. Pida sabiduría; Dios suplirá todo lo que usted necesita para enfrentarse a la persecución o a la adversidad. Él le dará paciencia y lo mantendrá firme en el tiempo de la prueba. 

LA LEY DEL AMOR: Somos salvados por la misericordia de Dios, no por guardar la ley. Pero Cristo nos dio un mandato especial: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 19.19). Debemos amar y servir a quienes nos rodean.

Al guardar la ley del amor se muestra que nuestra fe es fundamental y genuina. Cuando mostramos amor a los demás, vencemos nuestro propio egoísmo.

 DE PALABRA SABIA: La sabiduría se manifiesta cuando se habla. Somos responsables por los resultados destructivos de nuestras palabras. La sabiduría de Dios que ayuda a controlar la lengua puede también ayudarnos a dominar nuestra conducta.

La aceptación de la sabiduría de Dios afectará nuestra forma de hablar. Nuestras palabras expresarán genuina humildad y nos conducirán a la paz. Pensemos antes de hablar y permitamos que Dios nos dé dominio propio. 

HABLA SOBRE LA RIQUEZA: Santiago  enseñó a los cristianos que no debían transigir con actitudes mundanas relacionadas con la riqueza. Cómo la gloria de la riqueza se desvanece, los cristianos debemos  almacenar los tesoros de Dios, mediante el servicio desinteresado. Los cristianos no debemos mostrar parcialidad con los ricos, ni tampoco actuar con prejuicios  contra de los pobres.

Todos somos responsables por la manera en que usamos lo que tenemos. No debemos atesorar riqueza sino ser generosos con los demás. Además, no debemos sentirnos impresionados por el rico ni menospreciar a los pobres. 

Actualmente nos inundan un torrente de anuncios extravagantes tanto al encender el televisor como al hojear las páginas de la prensa escrita, las revistas, los libros etc,. 

El mensaje salta a la vista. Los productos aseguran que son nuevos, probados, fantásticos y capaces de cambiar nuestra vida. Solo por dinero, podemos tener «ropa más blanca», «dentadura brillante», «cabello encantador» y «comida más apetitosa». Automóviles, perfumes, bebidas de bajas calorías y enjuagues bucales nos garantizan felicidad, amigos y una buena vida. Y poco antes de unas elecciones nadie puede igualar las promesas de los políticos. 

Pero hablar no cuesta mucho y a menudo pronto descubrimos que esas promesas eran huecas y que estaban muy lejos de la verdad. 

 Los cristianos también hacen grandes afirmaciones, pero a menudo son culpables de contradecirlas con su conducta. Afirman que confían en la verdad de Dios y que son su pueblo, pero se aferran al mundo y a su sistema de valores. Poseyendo la respuesta correcta, contradicen el evangelio con su vida. 

Con estilo enérgico, agudeza, y palabras bien seleccionadas, Santiago encara ese conflicto. No es suficiente hablar de la fe cristiana, sino que hay que vivirla. « Hermanos mios,¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?» (2.14). La prueba de que nuestra fe es genuina es una vida cambiada. 

La fe genuina producirá inevitablemente buenas obras. Este es el tema dominante de la Epístola de Santiago, sobre el cual da prácticos consejos mediante un discurso teológico sobre la relación entre la fe y la conducta (2.14–16). Luego Santiago muestra la importancia de controlar nuestras palabras (3.1–12). En 3.13–18 el autor distingue entre dos clases de sabiduría: la terrenal y la celestial. Luego anima a sus lectores a abandonar sus malos deseos y obedecer a Dios (4.1–12). Santiago condena a quienes confían en sus propios planes y recursos (4.13–5.6). Por último, Santiago exhorta a sus lectores a ser pacientes con los demás (5.7–11), a ser íntegros en sus promesas (5.12), a orar por otros (5.13–18) y a ayudarse mutuamente a permanecer fieles a Dios (5.19, 20). 

Se pudiera considerar esta epístola como un manual sobre cómo llevar la vida cristiana.  En esta epístola encontramos confrontación, exhortación y llamado. Leamos Santiago y lleguemos a ser un hacedor de la Palabra (1.22–25). 


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