Saúl – El Personaje Bíblico con Rosa Mariscal

Saúl fue el primer rey de Israel (alrededor del 1010–970 a.C.). Era el hijo Cis, un hombre rico de la tribu de Benjamín, y era alto y bien parecido (1 Sam 9:1–3). Dios lo eligió para que fuera rey por medio de Samuel (1 Sam 9–10) y lo reconfirmaron como rey después de una batalla exitosa contra los amonitas en Gilgal (1 Sam 11:14–15). Su actividad clave como rey fue luchar contra los filisteos y los amalecitas (1 Sam 13–15).

En sus principios Saúl fue fiel a Dios. Instruyó a los israelitas correctamente en los aspectos del ritual para adorar a Dios (ej., 1 Sam 14:32–34)—una forma que evocaba las leyes mosaicas (Lev 17:10–16; Deut 12:16–25)—construyó altares para adorar a Dios (1 Sam 14:35), y echó de la tierra a los encantadores y adivinos (1 Sam 28:3).

Sin embargo, una serie de errores muy graves, comenzando con ofrecer un holocausto no autorizado (1 Samuel 13:9-14), dieron el inicio a la caída del reinado de Saúl. La caída vertiginosa de Saúl continuó cuando no  eliminó a todos los amalecitas y sus animales como Dios lo había ordenado (1 Samuel 15:3). Haciendo caso omiso de una orden directa de Dios, él decidió perdonar la vida del rey Agag junto con parte de los mejores animales. Él trató de encubrir su trasgresión mintiéndole a Samuel y, en el fondo, mintiéndole a Dios (1 Samuel 15). Esta desobediencia fue la gota que colmó el vaso, y Dios apartaría Su espíritu de Saúl (1 Samuel 16:14). La ruptura entre Dios y Saúl es posiblemente uno de los más tristes sucesos en las escrituras.

Antes de ser rey de Israel, Saúl era un hombre modesto. Recordemos, por ejemplo, un suceso de su juventud. Cuando Samuel, el profeta de Dios, habló favorablemente de él, respondió con humildad: “ ¿No soy yo hijo de Benjamín, de la más pequeña de las tribus de Israel? Y mi familia ¿no es la más pequeña de todas las familias de la tribu de Benjamín? ¿Por qué, pues, me has dicho cosa semejante?  (1 Sm 9:21).

Sin embargo, posteriormente Saúl olvidó la modestia y se hizo amigo de la impaciencia. Cuando guerreaba contra los filisteos, se retiró a Gilgal, donde tenía que esperar a Samuel para que invocara a Dios y ofreciera sacrificios. 

Y él esperó siete días, conforme al plazo que Samuel había dicho; pero Samuel no venía a Gilgal, y el pueblo se le desertaba. Entonces dijo Saúl: Traedme holocausto y ofrendas de paz. Y ofreció el holocausto. Y cuando él acababa de ofrecer el holocausto, he aquí Samuel que venía; y Saúl salió a recibirle, para saludarle. Entonces Samuel dijo: ¿Qué has hecho? Y Saúl respondió: Porque vi que el pueblo se me desertaba, y que tú no venías dentro del plazo señalado, y que los filisteos estaban reunidos en Micmas, me dije: Ahora descenderán los filisteos contra mí a Gilgal, y yo no he implorado el favor de Jehová. Me esforcé, pues, y ofrecí holocausto” (1ª Samuel 13:8-12)

La actuación de Saúl podía parecer justificable a primera vista, pues el pueblo de Dios estaba “en grave aprieto”, “en severa estrechez” y temblando debido a su situación desesperada (1 Samuel 13:6, 7). Por supuesto, no es impropio tomar la iniciativa cuando las circunstancias lo requieren.* No obstante, recordemos que Jehová puede leer el corazón y percibir nuestros motivos más íntimos (1 Samuel 16:7). Por lo tanto, debió haber observado en Saúl algunas tendencias que el relato bíblico no especifica.

 Por ejemplo, es posible que hubiera visto que tras la impaciencia de Saúl estaba el orgullo. Quizá se sentía muy irritado porque él —el rey de todo Israel— tenía que esperar a alguien a quien consideraba un profeta viejo y lento. En cualquier caso, Saúl pensó que la tardanza de Samuel le daba derecho a actuar por cuenta propia y pasar por alto las instrucciones explícitas que había recibido. ¿Cuál fue el resultado? Samuel no elogió la iniciativa de Saúl. Por el contrario, lo reprendió diciendo: “Tu reino no durará […] porque tú no guardaste lo que Jehová te mandó” (1 Samuel 13:13, 14). De nuevo, la presunción condujo a la deshonra.

El relato de la actuación presuntuosa de Saúl se ha recogido en la Palabra de Dios para nuestro beneficio (1 Corintios 10:11). Es muy fácil que nos molesten las imperfecciones de nuestros hermanos. Quizá nos impacientemos como Saúl y pensemos que para que las cosas se hagan bien tenemos que efectuarlas nosotros.

 Pongamos por caso al hermano que se destaca por sus aptitudes de organización. Es puntual, está al día con los procedimientos de la congregación y es buen orador y maestro. Al mismo tiempo cree que los demás no están a la altura de sus escrupulosas normas, y que no son ni con mucho tan eficientes como él desearía. ¿Le da esto licencia para impacientarse? ¿Debería criticar a sus hermanos, quizá dando a entender que si no fuera por él no se lograría nada y la congregación sufriría? ¡Qué presuntuoso sería ese modo de pensar!

Realmente, ¿qué mantiene unida a una congregación cristiana? ¿Las aptitudes de organización? ¿La eficiencia? ¿El conocimiento profundo? Es cierto que todo ello contribuye a su buen funcionamiento (1 Corintios 14:40; Filipenses 3:16; 2 Pedro 3:18). Sin embargo, Jesús dijo que a sus discípulos se les identificaría, en primer lugar, por el amor (Juan 13:35). De modo que los ancianos amorosos, aunque son ordenados, entienden que la congregación no es una empresa que requiere dirección rígida, sino un rebaño que necesita cuidado tierno (Isaías 32:1, 2; 40:11). Pasar por alto presuntuosamente estos principios suele producir disensiones. Sin embargo, el orden piadoso produce la paz (1 Corintios 14:33; Gálatas 6:16).

Los últimos años de la vida del rey Saúl trajeron un declive general en su servicio a la nación y en su destino a nivel personal. Invirtió mucho tiempo, vigor y un gran precio, tratando de matar a David, en lugar de consolidar los logros de sus anteriores victorias, y debido a esto, los filisteos detectaron una oportunidad para una gran victoria sobre Israel. Después de la muerte de Samuel, el ejército filisteo se juntó en contra de Israel. Saúl estaba aterrorizado y trató de preguntarle al Señor, pero no le respondió ni por Urim, ni por profetas. Aunque él había expulsado a los médiums y espiritistas de la tierra, Saúl se disfrazó y le preguntó a una adivina de Endor. Le pidió que se pusiera en contacto con Samuel. Parece que Dios intervino e hizo que Samuel se apareciera a Saúl. Samuel le recordó a Saúl de su anterior profecía cuando le dijo que el reino le sería quitado. Además, le dijo a Saúl que los filisteos iban a conquistar a Israel y que él y sus hijos morirían (1 Samuel 28). Los filisteos, efectivamente, dirigieron a Israel y mataron a los hijos de Saúl, incluyendo a Jonatán. Saúl fue gravemente herido y le pidió a su escudero que lo matara, para que los filisteos no lo torturaran. Por miedo, el escudero de Saúl se negó, así que Saúl tomó su propia espada y se echó sobre ella, y su escudero también hizo lo mismo.

Hay lecciones que podemos aprender de la vida del rey Saúl. En primer lugar, obedecer al Señor y alinear nuestra voluntad con la de Dios, para que nuestro gobierno honre a Dios. 

2.No permitir que el orgullo y la impaciencia dirijan nuestros hechos. A menudo el orgullo se cuela en nuestros corazones cuando las personas nos están sirviendo y honrando. Con el tiempo, el recibir «un trato de estrellas», puede hacernos creer que en realidad somos especiales y dignos de elogio.

3. No abusar del poder que Dios nos  ha confiado. No siempre  tiene que ser como nosotros digamos.

4. Otra lección para nosotros, es dirigir  el pueblo de Dios de la manera que Dios quiere que lo hagamos. Primera Pedro 5:2-10, es la guía definitiva para conducir al pueblo que Dios ha puesto a nuestro cargo: «Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey”. 

Bibliografía:

Diccionario Bíblico Lexham

Gotquestions.org


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