Ana y su vida de devoción a Dios – El personaje Bíblico

Por Rosa Mariscal

 ANA AGRADECE EN VOZ ALTA LAS BONDADES Y EL PODER DE DIOS

Comienza el libro de 1ª de Samuel, presentándonos la angustiosa situación de una mujer, Ana, la madre de Samuel. Dice la Biblia: “Hubo un varón…del monte de Efraín, que se llamaba Elcana…. Y tenía él dos mujeres; el nombre de una era Ana, y el de la otra Penina. Y Penina tenía hijos, mas Ana no los tenía”. (1ª Samuel 1:1,2)

 Ella, muy angustiada, oraba al SEÑOR y lloraba amargamente (10). Dado que la situación venía sucediéndose a lo largo de años, es más que probable que Ana hubiera ya abierto su alma a Dios en ocasiones anteriores. 

No siempre es fácil discernir cuándo está bien seguir luchando en oración, tal como Ana hizo, y cuándo es mejor reconocer, como el apóstol Pablo, que llega un momento en el que hay que dejar de orar por una situación, reconociendo que la gracia de Dios colma con creces nuestras necesidades.

En esta ocasión, sabemos que el más profundo deseo de Ana se ve cumplido, porque ella misma se lo dice al sacerdote Elí: “Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí” (27) 

 El nombre que se le pone al niño, hace referencia a las circunstancias de su nacimiento. Al pronunciarlo en lengua hebrea, suena algo así como “Dios ha escuchado”.

Y Ana hace algo, que es el tema central de nuestra reflexion: EL CÁNTICO DE GRATITUD DE ANA (1ª Samuel 2: 1–10)

La acción de gracias de Ana, dictada, no sólo por el espíritu de oración, sino por el espíritu de profecía. Obsérvese en general: 1. Reconoció el favor que había recibido de Dios y le tributó alabanzas con gratitud. La alabanza es como la renta o tributo del capital de favores que Dios nos otorga. Somos injustos si no le pagamos ese tributo. 2. El favor que había recibido era una respuesta a la oración y, por consiguiente, se sintió obligada a dar las gracias a Dios por el hijo que había recibido. 3. Su acción de gracias es llamada aquí oración, ya que la acción de gracias es una parte esencial de la oración: Y Ana oró y dijo: “Mi corazón se regocija en Jehová, mi poder se exalta en Jehová;….. (v. 1). Anteriormente, cuando pedía a Dios, Su voz no se oía  (1:13), pero en su acción de gracias habló para que todos pudieran oírla. Anteriormente había proferido su súplica con gemidos indecibles (Ro. 8:26), pero ahora se abrían sus labios para proclamar las alabanzas de Dios. Tres cosas podemos observar en esta oración de acción de gracias:

I. El regocijo de Ana en Dios, en sus gloriosa perfección, y en las grandes cosas que ha hecho por ella (vv. 1–3).

1. Cuán grandes cosas dice de Dios. Muy poco se detiene en el hijo que ha recibido, que era la causa de su regocijo. Casi pasa por alto el don, para  alabar al donante; mientras la mayoría de los hombres se olvidan del dador para adherirse únicamente al regalo. Cuatro son los atributos gloriosos de Dios que Ana celebra aquí: (A) Su santidad absoluta: No hay santo como Jehová (v. 2). (B) Su omnipotente poder: Y no hay refugio (lit. roca) como el Dios nuestro (v. 2). (C) Su inescrutable sabiduría: Porque el Dios de todo saber es Jehová (v. 3). (D) Su justicia infalible: Y a Él toca el pesar las acciones (v. 3).

2.  La gloria que a Dios damos es, a la vez, nuestro consuelo y ánimo. Ana glorifica a Dios: (A) Con santo gozo: Mi corazón se regocija en Jehová (v. 1); no tanto en su hijo como en su Dios. (B) En tono triunfal: Jehová ha levantado mi frente (lit. mi cuerno. V. 1); no sólo se ha salvado mi reputación al tener un hijo, sino que se ha puesto muy en alto al tener tal hijo. El cuerno de los animales es el símbolo de su fuerza, de su poder; cuando es levantado el cuerno de un ser humano, simboliza su posición fuerte, segura y confiada. Mi boca se ensancha sobre mis enemigos. Como si dijese: Ahora puedo contestar cumplidamente a los que me echaban en cara el oprobio.

3. Cómo cierra la boca a los que se exaltaban en rivalidad y rebelión contra Dios:” No multipliquéis palabras de grandeza y altanería; cesen las palabras arrogantes de vuestra boca” (v. 3).  Observamos tambén:

II. Cómo ve Ana  la sabiduría y  soberanía de Dios, en la manera que dispone los asuntos de la humanidad (4-8).

1. Los fuertes son debilitados, y los débiles son fortalecidos cuando Dios lo tiene a bien (v. 4). Por una parte, al mandato de Dios, se quiebran los arcos de los fuertes; se quedan desarmados, impotentes para llevar a cabo lo que hacían antes y lo que planeaban hacer después. Por otra parte, al mandato de Dios, los que antes tropezaban de pura debilidad y ni aun se podían tener en pie, se ciñen de poder en cuerpo y alma y se sienten capaces de llevar a cabo grandes cosas.

2. Los ricos se empobrecen rápidamente, mientras que, cosa extraña, los pobres se enriquecen de repente (v. 5). Las riquezas son fugaces (Pr. 23:5) y, al huir, dejan en la miseria a quienes habían puesto en ellas su felicidad. Pero, por otra parte, Dios dispone que los hambrientos dejen de tener hambre. A veces, estos cambios ocurren en una misma persona. Que los ricos no se vuelvan orgullosos y confiados, porque Dios los puede empobrecer rápidamente; y que los pobres no sean desconfiados ni se desesperen, porque Dios los puede enriquecer a su debido tiempo.

3. Hogares vacíos quedan llenos, y familias numerosas disminuyen hasta casi desaparecer. Mientras la estéril da a luz siete hijos (v. 5).  Aquí se ve Ana a sí misma. También puede verse aquí el lenguaje de la fe, ya que, al haber tenido uno, cobró esperanzas de tener más, y no quedó defraudada (v. 21).

4. Dios es el Dueño soberano de la vida y de la muerte (v. 6): Jehová mata, y Él da vida. Para Dios no hay nada demasiado difícil, ni siquiera resucitar a los muertos y poner vida en huesos secos y dispersos (Ez. 37).

5. El estatus social también se debe a Dios.  A unos los hace descender y a otros los levanta: Abate y enaltece (v. 7); humilla al orgulloso, y da gracia y honor al humilde. Sólo Dios tiene poder suficiente para abatir a los orgullosos y quebrantar a los impíos (Job 40:11–14). 

6. La razón última de todas estas disposiciones divinas, que nos obligan a someternos a ellas, es que de Jehová son las columnas de la tierra, y Él afirmó  sobre ellas el mundo (v. 8).  Si entendemos esto al pie de la letra, indica el poder omnipotente de Dios, que no puede ser resistido ni manipulado. También observamos cómo Ana reflexiona sobre los súbditos de Dios, dice:

 III. Que todos sus súbditos leales serán protegidos con todo cuidado y toda seguridad (v. 9): Él guarda los pies de sus santos. Y si guarda los pies, mucho mejor guardará el corazón y la cabeza (9,10)

  1. Que todos los poderes empeñados en la destrucción de ese reino no serán capaces de llevar a cabo su ruina. Al contrario, los enemigos de ese reino serán quebrantados y abatidos: Delante de Jehová serán quebrantados sus adversarios, y sobre ellos tronará desde los cielos (v. 10). Al contrario que los súbditos leales, quienes caminarán seguros a la luz de la Palabra de Dios (v. Sal. 119:105), los impíos perecen en tinieblas (v. 9).

Después de escuchar a Ana agradeciendo, de esta manera, a Dios por la respuesta a su oración, yo me hago a mi misma una pregunta; ¿cuándo ha sido la última vez que le he dado gracias a Dios por algo de lo mucho que El me da cada  día?

¡Alabado sea Dios! Que haya alabanza a Dios, en tu boca y en la mía, en tu vida y en la mía, en tu corazón y en el mío.  El Salmo 107:1-2 dice: “Alabad al Señor, porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia. Díganlo los redimidos del Señor, los que ha redimido del poder del enemigo”. 

Si los redimidos no decimos que el Señor es bueno, nadie más en el mundo lo dirá. Así que los redimidos tenemos que decirlo.

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