Creer no debe ser un asesinato al intelecto.
Nadie desea un cristianismo frio, triste e intelectual. Pero ¿será que eso significa que tenemos que evitar a toda costa el “intelectualismo”? ¿La experiencia en Él es lo que realmente importa, o lo es la doctrina? Muchos estudiantes cierran sus mentes como cierran sus libros, convencidos de que el intelecto compite sólo un papel secundario, si tanto, en la vida cristiana. ¿Hasta qué punto tienen ellos razón? ¿Cuál es el lugar de la mente en la vida del cristiano iluminado por Espíritu Santo?
Tales preguntas son de vital importancia práctica, y afectan todos los aspectos de nuestra fe. Por ejemplo, ¿hasta qué punto debemos apelar a la razón de las personas en nuestra presentación del evangelio? ¿La fe implica algo completamente irracional? ¿El sentido común tiene algún papel a desempeñar en la conducta del cristiano?
Lo que Pablo escribió acerca de los judíos no creyentes de su tiempo podría ser dicho, creo, con respecto a algunos creyentes de hoy: “Porque les doy testimonio de que ellos tienen celo por Dios, sin embargo no tienen comprensión”. Muchos tienen celo sin conocimiento, entusiasmo sin esclarecimiento. En otras palabras, son inteligentes, pero les falta orientación. Doy gracias a Dios por el celo. ¡Que jamás el conocimiento sin celo tome el lugar del celo sin conocimiento! El propósito de Dios incluye los dos: el celo dirigido por el conocimiento, y el conocimiento inflamado por el celo. Es como oí cierta vez el Dr. John Mackay decir, cuando era presidente del Seminario de Princeton: “La entrega sin reflexión es fanatismo en acción, pero la reflexión sin entrega es la parálisis de toda acción”.
El espíritu de anti-intelectualismo es corriente hoy día. En el mundo moderno se multiplican los programadores, para los cuales la primera pregunta acerca de cualquier idea no es: “¿Es verdad?” pero sí: “¿Será que funciona?”. Los Jóvenes tienen la tendencia de ser activistas, dedicados en la defensa de una causa, sin embargo no siempre verifican con cuidado si su causa es un fin digno de su dedicación, o si el modo como proceden es el mejor medio para alcanzarlo. Un universitario de Melbourne, Australia, al asistir a una conferencia en Suecia, supo que un movimiento de protesta estudiantil hubo comenzado en su propia universidad. Él retorcía las manos, desconsolado. “Yo debía estar allá”, reveló, “para participar”.
Pero ni sabía para que era la protesta”. Él tenía celo sin conocimiento. Mordecai Richler, un comentarista canadiense, fue muy claro a ese respecto: “Lo que me hace tener miedo con respecto a esta generación es cuánto ella se apoya en la ignorancia. Si el desconocimiento general continua creciendo, algún día alguien se levantará de un poblado por ahí diciendo haber inventado… la rueda”.
Este mismo espectro de anti-intelectualismo surge frecuentemente para perturbar la Iglesia cristiana. Considera la teología con desprecio y desconfianza. Voy a dar algunos ejemplos.
Los católicos casi siempre tienen dado un gran énfasis en el ritual y en su correcta conducta. Eso ha sido, por lo menos, una de las características tradicionales del catolicismo, aunque muchos católicos contemporáneos (influenciados por el movimiento litúrgico) prefieran el ritual simple, para no decir el austero. Obsérvese que el ceremonial aparente no debe ser despreciado cuando se trata de una expresión clara y decorosa de la verdad bíblica. El peligro del ritual es que fácilmente se degenera en ritualismo, o sea, en una mera celebración en que la ceremonia se hace un fin en sí misma, un sustituto sin significado al culto racional.
Extracto del libro “Creer También es Pensar”