¿Quién puede subir al monte del Señor y estar en su lugar santo? Solo el de manos limpias y corazón puro. Y la limpieza. (Salmos 24:3–4). El concepto de la limpieza no es necesariamente verter con una escoba, un trapeador o cualquier otro utensilio de aseo. La limpieza también tiene que ver con nuestro cuerpo. Cuando Jesús viene a nuestro corazón al aceptarlo como el salvador de nuestras vidas, el manual de instrucciones nos enseña que nosotros somos el templo del Espíritu.
La pregunta es la siguiente: ¿está nuestro templo lleno de corrupción, pecado, mentira, y hábitos que desagradan a Dios? La limpieza de la casa de Dios o el templo del Espíritu a veces no es cosa de un día. Quizá tengamos cosas tan arraigadas que nos resulten difíciles de sacar. Sin embargo, con la ayuda de Dios, claro, y la película, y las opiniones, las dos cosas valen como la salvación y la vida eterna. Tenemos que poner de nuestra parte. Hoy examinemos y saquemos lo que de seguro oscurece el templo del Espíritu y la posterior llegada de Dios a nuestra casa.
Texto extraído en directo del espacio Un día a la vez con Claudia Pinzón, que se emite de lunes a viernes por el Pulso de la Vida en Dynamisradio.