Lázaro el mendigo

La parábola muestra el comportamiento inhumano del rico hacia el pobre Lázaro, al que hizo referencia uno de los escritores más destacados del Siglo de Oro español en los siguientes términos: “ A las puertas del rico avariento y glotón siempre es desprecio de sus umbrales el pobre, a quien no solo niega lo que tiene su mesa, sino lo que se le cae. No hubiera pobre sin socorro, si no hubiera avarientos sin caridad.

La Biblia nos narra así esta parábola: 19Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez. 20Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas, 21y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas. 22Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado. 23Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. 24Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama. 25Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. 26Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá. 27Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre, 28porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento. 29Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos. 30Él entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. 31Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos.

Entre los muchos textos que se han utilizado para defender la doctrina de la inmortalidad del alma y del infierno como lugar de tormento eterno, está la parábola del rico y Lázaro. Esta parábola describe a dos hombres de distinta condición quienes, después de morir, llegan a lugares igualmente distintos (el rico a un lugar de tormentos en el Hades y Lázaro al seno de Abraham), y retienen su conciencia “en el más allá”.

 Claramente, cuando se presenta al primer personaje de la parábola que estudiamos, el hombre rico, inmediatamente el contexto señala no meramente a un hombre que tiene muchas posesiones, sino a un hombre que es esclavo de las riquezas que no piensa en Dios, ni en su prójimo, ni en asuntos espirituales o celestiales, sino en cosas terrenales.

 En esta parábola “La Biblia” nos presenta: El engaño de las riquezas de este mundo.  Este hombre rico efectivamente  posee un estado soci-económico elevado, lo cual se nota en sus costosas vestimentas (púrpura, tela usada por la realeza, y lino fino, también utilizada por la clase sacerdotal) y la descripción de su comida (“banquete con esplendidez”, “cada día”). Sin embargo, el rico es aparentemente insensible a las necesidades de quienes lo rodean. El mendigo Lázaro está echado a su puerta, esperando comer las migajas que caen de su mesa. Cuando ambos mueren, no se nos menciona que esta situación hubiese cambiado en algún punto. El rico vivió toda su vida con banquete, esplendidez y majestuosidad, teniendo consigo a un mendigo que vivió toda su vida en miseria, hambre y enfermedad.

La figura del hombre rico inevitablemente encuentra analogía con el hombre de la parábola del rico insensato (Luc 12:16-21) y con el “hombre rico” de Laodicea (Apoc 3). Todos los hombres ricos de estos textos tienen en común el vivir una vida de riquezas, lujo y esplendor pero en completo autoengaño de su verdadera condición: el rico insensato se siente seguro de su estabilidad y su condición económica pero, le dice Dios “necio esta noche vienen a pedir tu alma, y lo que has almacenado, ¿de quién será? (Luc 12:20). El laodicense dice “Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad” (Apoc 3:17), y sin embargo Cristo dice que es “desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”. El rico de Lucas 16 vive esta vida en lujos y esplendidez, sin saber que después de su muerte lo que le espera es tormentos y oprobio. La otra característica común a estos personajes es la falta de caridad y amor práctico para con los demás, el “hacer para sí tesoros, y no ser ricos para con Dios” (Luc 12:21). El rico insensato acumula bienes para sí sin pensar en los demás. El laodicense se centra en sí mismo sin mirar a  sus hermanos. El rico de esta parábola tiene mendigos muriendo a sus pies sin hacer nada por ellos. Estos hombres ricos representa a quienes carecen de amor por su prójimo, y viven una vida de engaño pensando en que sus riquezas los mantendrán libres de condenación.

 Cuando el hombre rico muere, despierta “en el Hades, estando en tormentos” (Luc 16:23). Desde allí contempla “de lejos” a Abraham, y a Lázaro en su seno. Le pide a Abram que envíe a Lázaro con agua en sus manos para refrescarlo. Ahora el rico viene a tomar conciencia de la existencia de Lázaro. Cuando Lázaro en vida tuvo necesidades, él nada hizo para satisfacerlas. Ahora ni siquiera se dirige a Lázaro, sino a Abraham para que envíe a Lázaro. En la mente del rico Lázaro es un objeto, un medio para obtener algo, no un ser humano. El rico no ha cambiado su pensar estando en tormentos, ni se arrepiente de su vida de engaños. Sin embargo llama a Abraham “padre”. Este es un detalle interesante, puesto que Cristo confrontó a los judíos quienes se jactaban de tener a Abraham como padre (Juan 8:39), y les dijo que mientras no hicieran las obras de Abraham no eran hijos de él.

Posteriormente, y viéndose perdido, el hombre rico pide a Abraham que envíe a Lázaro a los vivos, a sus 5 hermanos, “para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento” (Luc 16:28). La respuesta de Abraham es notable: “A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos” (v.29).

La Biblia, La Ley de Dios, es levantada aquí como lo único necesario para que los hombres obtengan la vida eterna y el conocimiento de Dios.  Mientras se enfatiza la superioridad de la Ley de Dios, el rico quiere otro camino distinto.

Es interesante notar aquí que Abraham levanta la Ley de Dios por sobre la creencia en señales y milagros.

Hay dos puntos básicos que brillan a través de esta parábola: La Ley de Dios, “la Biblia”, y el engaño de las riquezas de este mundo. Cristo enseña que quienes son “ricos” en cuanto a la posesión de bienes materiales o espirituales, deben velar por atender a su prójimo quienes no tienen tales beneficios. Si bien es cierto que es necesario compartir los bienes materiales también se puede sacar de este texto, que compartir los bienes espirituales aún es más necesario.


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