Juan Sepp, un popular habitante de San Francisco, California, dedicó su vida a alimentar palomas en el Parque Álamo, comprando semanalmente hasta doscientos kilogramos de alimentos para aves. Su afecto por las palomas se originó durante la Primera Guerra Mundial, cuando como piloto ruso derribado, utilizó palomas mensajeras para sobrevivir en un bosque. Después de la guerra, emigró a los Estados Unidos, trabajando como limpiador de ventanas y utilizando una parte significativa de su salario para alimentar a las palomas como agradecimiento por su vida salvada.
La historia de Juan destaca la gratitud y la promesa cumplida a lo largo de cincuenta años. Se plantea la pregunta de qué señal de agradecimiento deberíamos ofrecer a Dios por la vida abundante que nos ha dado. El relato destaca la dificultad que algunas personas encuentran para expresar gratitud en público, especialmente hacia Dios. La historia culmina con la comparación de Juan Sepp con el único leproso que agradeció a Jesucristo, instando a la aceptación de la vida eterna ofrecida por Cristo y a expresar gratitud con acciones, siguiendo el ejemplo de Juan.