José de Arimetea – Personaje Bíblico con Rosa Mariscal

José de Arimatea es un personaje bíblico que, de acuerdo con el Evangelio de Mateo 27:60, era el propietario del sepulcro en el cual fue depositado el cuerpo de Jesús de Nazaret después de su crucifixión y muerte. Dwight L. Moody observó que los evangelios canónicos raramente recuentan los mismos relatos; sin embargo, el relato de José de Arimatea y su esfuerzo por conseguir el cuerpo de Jesús para darle sepultura es narrado en todos ellos: Mateo 27, 57-60; Marcos 15, 43-46; Lucas 23, 50-55; y Juan 19: 38-42.2​

A pesar de hacer una crítica del carácter de José al indicar que era «discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos» (Juan 19:38), el Evangelio de Juan incluyó el evento. De hecho, los otros tres evangelios lo caracterizan benevolentemente. Un «hombre rico» según  Mateo; un hombre «ilustre» según Marcos; «persona buena y honrada» según Lucas; «…que era discípulo de Jesús» según Mateo, «pero clandestino por miedo a las autoridades judías», según Juan.

Marcos comienza señalando que José, compartiendo la visión de la venida del Reino de Dios (lo cual Lucas 23:51 repite), entró «osadamente» a pedirle el cuerpo de Jesús a Pilato (15:43). Lucas añade que este varón «no había consentido en el acuerdo ni en los hechos» de los líderes religiosos. Marcos y Lucas le llaman  “miembro del concilio”, lo que significa que era miembro del Sanedrín,​ el tribunal supremo de los judíos.

De acuerdo con leyendas medievales,​ José de Arimatea era hermano menor de Joaquín, el padre de María, la madre de Jesús, lo que lo convierte en tío abuelo de Jesús. Se convirtió en tutor del nazareno después de la temprana muerte de José, el esposo de María. Se dice también que fue  una especie de ministro del Imperio romano, encargado de las explotaciones de plomo y estaño.

En la Edad Media se crearon leyendas que le atribuyen el traslado del Sudario, el Grial y otras reliquias desde la ciudad de Jerusalén a otros sitios en la cuenca del Mediterráneo. El primero en desarrollar esta idea fue Robert de Boron en su poema (José de Arimatea).

Lo cierto es que los cuatro evangelistas coinciden en contar el mismo episodio donde intervino José de Arimatea. Jesús acaba de morir en la cruz, Pedro renegó de Él por tres veces en público, los apóstoles se dispersan, pero este hombre solicita al procurador romano Poncio Pilato que le permita dar sepultura al cuerpo de Jesús. Con la ayuda de Nicodemo, desclava el cuerpo de la cruz y lo sepulta en su propia tumba, un sepulcro nuevo, recién excavado en la roca. Lo envolvieron en lienzos de lino y lo colocaron en la tumba con una gran piedra en la entrada. 

José de Arimatea es protagonista de la apócrifa Declaración de José de Arimatea, escrita en primera persona, en la que se reivindica como responsable del descendimiento y entierro de Cristo y narra el cautiverio al que el Sanedrín le condena por ello. Estas represalias son también referidas en el Evangelio de Nicodemo.

Según la leyenda, también recogió la sangre de Cristo con el Santo Grial, en el Gólgota, lugar donde fue crucificado; aunque otra versión, en los evangelios apócrifos, indica que la sangre la recogió en el propio sepulcro. Estos evangelios también señalan que el lugar donde se realizó la última cena era propiedad de José de Arimatea.

Estos evangelios apócrifos también cuentan que tras la resurrección de Jesús, José fue encarcelado, acusado por los judíos de haber sustraído el cuerpo de su sepulcro. Se le encerró en una torre, donde recibió la visión del Cristo resucitado y la revelación del Misterio del que el Santo Grial es símbolo. «Tú custodiarás el Grial y después de ti aquellos que tú designarás», habrían sido las palabras de Jesús.

Después de ser liberado, y debido a la persecución de los judíos en Jerusalén, un grupo de cristianos embarcó en uno de los barcos de José y navegaron hasta las costas de Francia en el Mediterráneo. Acompañaban a José, entre otros, María Magdalena, Marta, María Salomé (madre de los apóstoles Juan el Evangelista y Santiago el Mayor), María Jacobé (madre de los apóstoles Santiago el Menor, Simón el Zelote, Judas Tadeo y José Barsabás), Marcial y Lázaro. Se convirtieron en los primeros evangelizadores de la zona.

Guillermo de Malmesbury en su Hechos de Los Reyes Ingleses narra que José llegó a las islas Británicas en el año 63, estableciéndose en la ciudad de Glastonbury, donde fundó la primera iglesia británica, consagrada a la Virgen, y adonde, según leyendas de la Edad Media, llevó el Santo Grial.7​ Es así como el cristianismo se afincó en medio de los bretones de manera que cuando san Agustín fue enviado por Roma a establecer allí la Iglesia, se sorprendió al ver una comunidad cristiana arraigada y bien organizada, con obispos y fieles que daban testimonio del Evangelio de Cristo entre ellos.

 José de Arimatea «era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo a los judíos». Era, pues, por un lado, mejor que lo que parecía ser, y era para él un honor el ser discípulo de Cristo. Hay muchos como él, buenas personas, aunque asociadas inevitablemente con muchas otras malas personas. Pero, por otro lado era más débil de lo que debía ser, pues mantenía en secreto, por miedo a los enemigos de Jesús, el afecto que él le tenía. No juzguemos mal a este hombre, ni a quienes, como él, son aún débiles como caña rajada o pábilo que humea (comp. con Is. 42:3; Mt. 12:20).  Cristo puede tener muchos discípulos que sean sinceros, aunque sean secretos; y mejor es ser discípulo secreto de Jesús que no serlo en absoluto; especialmente si, como en este caso de José de Arimatea, se hacen cada vez más fuertes y valientes. Algunos que, en pruebas relativamente pequeñas, se han mostrado cobardes, se muestran otras veces, gracias a Dios, valientes sobremanera en pruebas más duras y difíciles. Así vemos que este José, que tenía miedo a los judíos, «armándose de valor» (Mr. 15:43), fue a Pilato y le rogó que le permitiese llevarse el cuerpo de Jesús. 

Los discípulos habían huido, llevados del miedo, y estaban escondidos; los soldados mismos habrían sepultado a Jesús junto con los otros dos ajusticiados; si no hubiese aparecido nadie con la suficiente valentía para hacerse cargo del cadáver, no se habría cumplido la profecía de Isaías 53:9, que anunciaba el giro inesperado que tomaba el asunto, a fin de que le fuese concedido a Jesús este honor póstumo: «Y se dispuso con los impíos su sepultura, pero con los ricos fue en su muerte». Cuando Dios decide una tarea que ha de ser cumplida, nunca fracasa en encontrar la persona apropiada para llevarla a cabo, y la capacita y fortalece para ello. Obsérvese todavía como uno de los signos que denotaban el estado de humillación del Hijo de Dios, el que su cadáver yaciera a merced de un procurador pagano, a quien era menester pedir permiso para que fuese sepultado.

Bibliografía:

Comentario M. Henry.

Wikipedia, la Encyclopedia  libre.

New World Encyclopedia. «Joseph of Arimathea». NewWorldEncyclopedia.org (en inglés). Consultado el 25 de abril de 2017.


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