Las teorías conspiratorias nos atraen porque nos hacen sentir importantes. Si los problemas que tenemos no son prueba de nuestra fragilidad e impotencia ante la vida, sino que somos víctimas de una trama oculta de grandes proporciones, no sólo nos sentimos menos solos, sino que en nuestra vanidad queremos encontrar significado a la banalidad del mal. La verdad es que este mundo caído no se mueve por la inteligencia del mal, sino por la necedad y el egoísmo de una sociedad fragmentada en que todos buscan su propio interés, como John Todd (1949-2007).