Nada se sabe de la persona misma de Habacuc. Por la frase final de su profecía (3:19), hay quienes han querido ver en él un miembro de la casta sacerdotal, pero esa opinión se basa en un fundamento muy débil e inseguro.
HABACUC profetizó para Judá desde 612–589 a.C. Los últimos cuatro reyes de Judá fueron hombres malvados que rechazaron a Dios y oprimieron a su pueblo. Babilonia invadió Judá dos veces antes de que finalmente la destruyera en 586 a. Cristo. Era un momento de temor, opresión, persecución, inmoralidad y falta de ley.
Habacuc vivió en Judá durante el reinado de Joacim (2 Reyes 23.36–24.5). Profetizó entre la caída de Nínive (capital de Asiria) en 612 a.C. y la invasión de Judá en 589 a.C. Con Asiria desorganizada, Babilonia se convertía en la potencia mundial dominante. Este libro narra el diálogo del profeta con Dios al preguntarle: «¿Por qué Dios parece indiferente ante el mal? ¿Por qué pareciera como si la gente malvada queda sin castigo?» Si bien otros libros proféticos llevan la Palabra de Dios al hombre, este libro lleva las preguntas del hombre a Dios.
La diferencia más notable entre Habacuc y la mayor parte de los profetas está—según el mismo Feinberg—en que su profecía es un relato de su propia experiencia espiritual con Dios. Los demás profetas hablaron a los hombres de parte de Dios, mientras que Habacuc habla con Dios acerca de la forma en que se comporta Dios con los hombres. Lo más notable es que «primaria y esencialmente es el profeta de la FE» (Feinberg). La clave de todo el libro está en 2:4b («mas el justo por su fe vivirá».
Habacuc, entristecido por la corrupción que veía a su alrededor, volcó su corazón a Dios. En la actualidad, la injusticia sigue flagrante, pero no permitamos que la preocupación nos haga dudar de Dios ni nos revelemos en su contra. Por el contrario, estudiemos el mensaje que le dio a Habacuc, y reconozcamos los planes y propósitos de Él a largo plazo. Pensemos siempre que Dios hace lo que es bueno, aunque no entendamos el por qué obra de esa forma.
DESDE las inocentes dudas de la infancia hasta las complejas discusiones universitarias, la vida está llena de interrogantes. Con nuestros cómo, por qué y cuándo, buscamos por todas partes una respuesta que nos satisfaga. Pero no todas las preguntas tienen respuestas perfectamente envueltas y atadas. Esas preguntas que no reciben respuesta originan más preguntas y constantes, y espiritualmente destructivas dudas. Algunos se conforman con las dudas y siguen adelante. Otros se vuelven cínicos y se endurecen. Pero hay quienes rechazan esas opciones y siguen preguntando, buscando respuesta.
Habacuc era un hombre que quería respuesta. Perturbado por lo que observaba, formulaba preguntas difíciles. Estas preguntas no eran simples ejercicios intelectuales ni quejas amargas. Habacuc veía un mundo que moría y le partía el corazón. ¿Por qué existe el mal en el mundo? ¿Por qué los malos parecen estar ganando? Sin miedos ni vacilaciones presentó sus quejas directamente a Dios. Y Él le respondió con una avalancha de pruebas y predicciones.
En este libro aparecen las preguntas del profeta y las respuestas de Dios. Al volver cada página, nos enfrentamos de inmediato a estos lamentos: «¿Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré, y no oirás; y daré voces a ti a causa de la violencia, y no salvarás? ¿Por qué me haces ver iniquidad, y haces que vea molestia? Destrucción y violencia están delante de mí, y pleito y contienda se levantan» (1.2, 3).
En verdad, la mayor parte del primer capítulo se dedica a sus preguntas. Al comenzar el capítulo dos, Habacuc declara que esperará para escuchar las respuestas de Dios a sus interrogantes. Entonces Dios comienza a hablar, diciéndole al profeta que escriba su respuesta con grandes letras para que todos vean y comprendan. Dios le dice que podría parecer que los malvados triunfan, pero al final serán juzgados y los rectos prevalecerán. Quizás no suceda pronto, pero sucederá. Las respuestas de Dios llenan el capítulo dos. Habacuc concluye su libro con una oración de triunfo.
Teniendo respuesta a sus interrogantes y una nueva comprensión del poder y amor de Dios, Habacuc se regocija en Dios y en lo que Él hará. «Con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza, el cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar» (3.18, 19).
Escuchemos los profundos interrogantes que con valentía Habacuc llevó ante Dios, y pensemos que nosotros también podemos llevar nuestras dudas e interrogantes a Él. Escuchemos las respuestas de Dios y regocijémonos porque Él está obrando en el mundo y en nuestra vida.
Habacuc preguntó a Dios por qué los malvados de Judá no recibían el castigo por su pecado. No entendía cómo un Dios justo permitía que existiera una maldad así. Dios prometió que utilizaría a los babilonios para castigar a Judá. Cuando Habacuc clamó pidiendo respuestas en sus momentos de lucha, Dios le respondió con palabras de esperanza.
Dios quiere que vayamos a Él con nuestras luchas y dudas. Pero quizás sus respuestas no sean las que esperamos. Dios nos sustenta revelándose a nosotros. La confianza en Él nos lleva a una esperanza apacible, no a una resignación amarga.
Habacuc preguntó a Dios por qué iba a utilizar a los malvados babilonios para castigar a su pueblo. Dios dijo que también castigaría a los babilonios después que cumpliera su propósito.
Dios sigue llevando las riendas de este mundo a pesar del aparente triunfo del mal. Dios no pasa por alto el pecado. Algún día gobernará toda la tierra con una justicia perfecta.
Dios es el Creador; Él es todopoderoso. Tiene un plan y lo llevará a cabo. Castigará el pecado. Él es nuestra fortaleza y nuestro refugio. Podemos confiar en que nos amará y cuidará nuestra relación con Él para siempre.
Esperanza significa ir más allá de nuestras desagradables experiencias diarias, hasta el gozo de conocer a Dios. Vivimos porque confiamos en Él, no por los beneficios, ni la felicidad, ni el éxito que podamos experimentar en la vida. Nuestra esperanza proviene de Dios.
Cuando Habacuc estaba preocupado, llevaba sus preocupaciones directamente a Dios. Después de recibir las respuestas de Dios, correspondía con una oración de fe. El ejemplo de Habacuc nos debe alentar cuando enfrentamos luchas, para pasar de la duda a la fe. No debemos tener miedo de preguntarle a Dios. El problema no está en la forma en que Dios actúa, sino en el entendimiento limitado que tenemos de Él.
Bibliografía:
Biblia del Diario Vivir.
Comentario M. Henry.