Elcana significa «Dios creó». Era un levita, padre de Samuel, el profeta (1 S. 1:2; 1 Cr. 6:27, 34).
Reflexionemos sobre cómo Elcana enfrentaba los problemas difíciles que surgen en todas las familias y cómo dirigía la vida espiritual de todos los miembros de su hogar.
La historia de Samuel comienza incluso antes de su nacimiento. El relato lo presenta como un hijo de oración. Mientras que el nacimiento de Sansón fue anunciado a su madre por medio de un ángel, Samuel fue pedido a Dios por su madre. Ana, la madre de Samuel, es el personaje principal en este relato. Aquí encontramos:
- La aflicción de Ana por no tener hijos, la cual se veía agravada por la insolencia de su rival, aunque en cierta medida se compensaba con el amor de su esposo (vv. 1–8).
- La oración y el voto que Ana hizo a Dios bajo el peso de su aflicción, en lo que el sumo sacerdote Elí la censuró al principio, pero la animó después (vv. 9–19).
- El nacimiento y crianza de Samuel (vv. 19–23).
- La presentación de Samuel al Señor (vv. 24–28).
Este relato nos describe el estado de la familia en la que nació el profeta Samuel. Su padre, Elcana, era de la tribu de Leví y del clan de los coatitas, el más honorable de dicha tribu, como lo vemos en 1 Crónicas 6:33-34. Su antepasado Suf era efratita, lo que significa que era de Belén de Judá, también llamada Efratá en Rut 1:2. Este clan de los levitas se estableció inicialmente allí, pero con el tiempo una rama del clan se trasladó al monte Efraín, de donde procedía Elcana. Él vivía en Ramá (que significa «altura»), conocida más tarde como Ramatáyim («dos alturas»), que coincide con la Arimatea del Nuevo Testamento.
Una familia piadosa
Se trataba de una familia piadosa. Todas las familias de Israel debían serlo, pero en especial las de los levitas. Los ministros de Dios debían ser promotores de piedad en sus hogares. Elcana subía en las fiestas solemnes al tabernáculo de Siló para adorar y ofrecer sacrificios a Jehová de los ejércitos. Probablemente, fue el profeta Samuel el primero en usar este título de Dios para consuelo de Israel, en una época en la que las huestes de Israel eran pocas y débiles, mientras que las de sus enemigos eran numerosas y poderosas. Entonces, se alentaban al saber que el Dios a quien servían era Jehová de las huestes, tanto del cielo como de la tierra.
Elcana era un levita que, al parecer, no tenía un oficio que le exigiera estar presente en el tabernáculo, pero subía a adorar como cualquier israelita, con sus sacrificios, para animar a sus vecinos y dar buen ejemplo. Lo que hacía más recomendable su ejemplo era:
- Que vivía en una época de decadencia religiosa en la nación.
- Que Ofní y Fineés, los hijos de Elí, ocupaban los principales cargos en el servicio de la casa de Dios, pero se comportaban mal.
- A pesar de ello, Elcana subía a ofrecer sus sacrificios. Aunque los sacerdotes no cumplieran con su deber, Elcana quería cumplir con el suyo.
Una familia dividida
Sin embargo, era una familia dividida, lo que generaba pecados y sufrimientos. La causa original de esta división fue que Elcana se casó con dos mujeres, lo cual iba en contra de la institución original del matrimonio, como lo declaró nuestro Salvador (Mt. 19:5, 8 — «no fue así desde el principio»). Aunque la poligamia estaba permitida bajo la ley de Moisés, este tipo de decisiones trajo problemas en las familias de Abraham, Jacob y también en la de Elcana.
Este error generó malas relaciones entre las dos mujeres. Peniná, como Lea, era fértil y tenía varios hijos, lo que debería haberla hecho agradecida y amable, pero, a pesar de ser la segunda esposa y menos querida, se volvió insolente. Ana, como Raquel, era estéril, pero muy estimada por su esposo. Peniná no se contentaba con la bendición de su fertilidad y despreciaba a Ana, quien se volvía melancólica debido a su esterilidad. Así que, para Elcana, era difícil mantener la paz en su hogar.
A pesar de las diferencias en su familia, Elcana continuó asistiendo al altar de Dios y llevaba consigo a sus esposas e hijos para que, aunque no pudieran estar de acuerdo en otras cosas, al menos lo estuvieran en el culto al Señor. Si las devociones familiares no pueden acabar con las divisiones, al menos estas no deberían impedir la adoración.
Elcana trataba de consolar a Ana, mostrándole mayor amor cuanto más afligida y desalentada la veía. Le daba la mejor porción de sus sacrificios y trataba de animarla: «¿No te soy yo mejor que diez hijos?» (v. 8). Esto nos enseña que debemos recordar nuestras bendiciones, para no ser demasiado afligidos por nuestras cruces. Las cruces las merecemos, pero no tenemos derecho a reclamar bendiciones.
Ana, en lugar de aferrarse a su tristeza, recurrió a la oración. Después de que Elcana la consoló, comió y bebió, y descargó su aflicción en el Señor en oración. Así, Dios respondió su súplica, y Ana pudo decir: «Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí» (1º Sm. 1:27).
Resumen del espacio radiofónico «El personaje Bíblico» de Rosa Mariscal en El pulso de la vida.