Joel fue un profeta en la nación de Judá, también conocida como reino del sur. El libro no menciona cuándo vivió, pero es probable que profetizara durante el reinado del rey Joás (835–796 a.C.). Pero la fecha del libro de Joel no es tan importante como su mensaje eterno. “El pecado acarrea el juicio de Dios. Aún así, junto con la justicia de Dios también hay gran misericordia”.
Sabemos muy poco acerca de Joel. Sabemos que era profeta e hijo de Petuel. Tal vez vivía en Jerusalén, ya que su audiencia era Judá, el reino del sur. Quien quiera que haya sido, Joel habla franca y valientemente en este libro corto y poderoso. Su mensaje, de advertencia y presagio, también está lleno de esperanza. Joel declara que nuestro Creador, el Juez omnipotente, es también misericordioso y quiere bendecir a todos los que confían en Él.
Dios instó a los padres a que transmitieran la historia de sus vidas a sus hijos, contándoles una y otra vez las importantes lecciones que aprendieron. Uno de los regalos más grandes que podemos dar a nuestros hijos son las experiencias de nuestras vidas, para ayudarlos a comprender los logros que hemos conseguido, y los errores que hemos cometido.
La malvada reina Atalía se apoderó del poder en un golpe de estado sangriento, pero fue derrocada después de pocos años. Joás ascendió al trono, pero solo tenía siete años y una gran necesidad de que lo guiaran en lo espiritual. Joás siguió a Dios en sus primeros años, pero luego se apartó de Él.
El sentido espiritual y el juicio moral del pueblo estaban embotados, haciendo que se olvidaran de sus pecados. Joel hizo un llamado para que el pueblo despertara de su indiferencia, y reconociera sus pecados antes de que fuera demasiado tarde. De lo contrario, todo sería destruido, incluso las uvas y el vino que causó su embriaguez. Nuestros momentos de paz y prosperidad pueden embotarnos pero, nunca debemos permitir que la abundancia material dificulte nuestra disposición hacia lo espiritual.
La detallada descripción de Joel hace que muchos crean que se refiere a una plaga de langostas que había llegado o que llegaría a la tierra. Otro punto de vista común es que las langostas simbolizan un ejército enemigo invasor. De todos modos, lo que Joel quería destacar era que Dios castigaría al pueblo por su pecado. Joel llama a este juicio «el día de Jehová» (véase la nota a 1.15).
El mensaje principal: Era que la plaga de langostas había llegado para disciplinar a la nación. Joel hizo un llamado al pueblo para que regresara a Dios antes de que ocurriera un juicio mucho mayor. Y la importancia del mensaje era: recordar al pueblo lo que ya Dios les había dicho muchas veces. «…..y sabed que vuestro pecado os alcanzará» (Números 32:23). Dios juzga a las personas por sus pecados, pero es misericordioso con los que se vuelven a Él, y les ofrece salvación eterna.
Una plaga de langostas puede ser tan devastadora como la invasión de un ejército. Las langostas se reúnen en enjambres en grandes cantidades (1.69), y vuelan a varios metros por encima de la tierra, y cuando pasan cubren el sol proyectando una inmensa sombra (2.2). Cuando se posan en la tierra devoran casi toda la vegetación (1.7–12), y lo invaden todo a su paso (2.9).
Sin Dios, la devastación es segura. Los que no tienen una relación personal con Dios estarán frente a Él sin ningún recurso. Asegúrese de clamar por el amor y la misericordia de Dios mientras tenga oportunidad (2.32).
Debido a la devastación de la plaga, no había harina ni zumo de uva.
El cilicio era una vestidura áspera que utilizaban los dolientes en los funerales. Aquí se toma como señal de arrepentimiento.
El ayuno es un período en que la gente se abstiene de ingerir alimento y se acerca a Dios con humildad, dolor por el pecado y oración apremiante. En el Antiguo Testamento, a menudo el pueblo ayunaba durante los momentos de calamidad para poder concentrarse en Dios, y demostrar su arrepentimiento y la sinceridad de su devoción (véanse Jueces 20.26; 1 Reyes 21.27; Esdras 8.21; Jonás 3.4, 5).
El «día de Jehová» es una frase común en el Antiguo Testamento y en el libro de Joel (véanse 2.1, 11, 31; 3.14). Siempre se refiere a algún acontecimiento extraordinario, ya sea presente (como la plaga de langostas), en el futuro cercano (como la destrucción de Jerusalén o la derrota de las naciones enemigas), o al final de la historia cuando Dios derrotará a todas las fuerzas del mal.
Incluso cuando el día de Jehová se refiere a algo presente, es sombra del día final del Señor. Este acontecimiento final en la historia tendrá dos facetas: (1) el juicio final sobre toda la maldad y el pecado, y (2) la recompensa final a los creyentes fieles. La rectitud y la verdad prevalecerán, pero antes habrá mucho sufrimiento (Zacarías 14.1–3). El día final del Señor también es un tiempo de esperanza, debido a que todos los que sobrevivan estarán unidos para siempre con Dios.
En estos días tenemos todos muy presente la invasión de Rusia a Ucrania, y en esta guerra “UNA SOLA BOMBA” devasta una ciudad y el mundo está en la era nuclear. La división de un átomo genera poder y fuerza como nunca hemos visto antes. En el lugar de despegue, los cohetes rugen, y una carga explosiva sale disparada hacia el espacio. Los descubrimientos con los que se soñó durante siglos son nuestros cuando comenzamos a explorar el universo. Los volcanes, los terremotos, las marejadas, los huracanes y los tornados liberan una fuerza incontrolable e inevitable. Solo podemos evitarlos, y luego, recoger los pedazos.
Nos quedamos sorprendidos por la demostración de fuerza natural y artificial. Pero estas fuerzas no pueden ni remotamente compararse con el poder del Dios omnipotente. Como Creador de las galaxias, de los átomos y de las leyes naturales, el Señor soberano gobierna todo lo que existe, y que alguna vez existirá. Es muy necio vivir sin Él; es necio correr y esconderse de Él; es necio desobedecerlo, pero lo hacemos. Desde el Edén, hemos buscado la independencia, como si fuéramos dioses, y pudiéramos controlar nuestro destino. Y Él nos ha permitido rebelarnos. Pero pronto vendrá el día de Jehová.
Es acerca de este “día del Señor” que el profeta Joel habló, y este es el tema de su libro. En ese día, Dios juzgará toda desobediencia y maldad, todas las cuentas se rendirán, y los malvados serán corregidos.
Joel comienza describiendo una plaga terrible de langostas que cubre la tierra, y devora las cosechas. La devastación ocasionada por estas criaturas no es sino una prueba del juicio venidero de Dios. Por lo tanto, Joel urge al pueblo para que se vuelva de su pecado, y regrese a Dios. Entrelazada en este mensaje de juicio y arrepentimiento, está una afirmación de la bondad de Dios y las bendiciones que Él promete para todos los que lo sigan. “Todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo” (2.32).
Cuando leamos el libro Joel, prestemos atención al poder y la fuerza de Dios, y su castigo final del pecado. Tomemos la decisión de seguir, obedecer y adorar únicamente a Dios como nuestro Señor soberano.
Al igual que un ejército destructor de langostas, el castigo de Dios por el pecado es abrumador, terrible e inevitable. Cuando llegue, no habrá comida, ni agua, ni protección, ni escape. El día para rendir cuentas a Dios por la forma en que hemos vivido se acerca rápidamente. Dios es el único al que le rendiremos cuentas, no a la naturaleza, ni a la economía, ni a un invasor extranjero. No podemos ignorar ni ofender a Dios para siempre. Debemos poner atención a su mensaje ahora, o más tarde nos enfrentaremos a su ira.
Dios está dispuesto a perdonar y restaurar a todos los que se acerquen a Él y se aparten del pecado. Dios ama a su pueblo y quiere restaurarlo brindándole una relación adecuada con Él. Dios nos perdona cuando nos arrepentimos del pecado. No es muy tarde para recibir el perdón de Dios. El deseo más grande de Dios es que nosotros nos volvamos a Él.
Joel predice el momento en que Dios derramará su Espíritu Santo sobre todas las personas. Será el comienzo de una adoración renovada para los que creen en Él, pero también será el comienzo del juicio de todos los que lo rechazan. Dios está al timón. La justicia y la restauración están en sus manos. El Espíritu Santo confirma el amor de Dios por nosotros de la misma forma como lo hizo con los primeros cristianos (Hechos 2). Debemos ser fieles a Dios, y colocar nuestras vidas bajo la dirección y el poder de su Espíritu Santo.
Bibliografía:
Diccionario Lexham.
Biblia del Diario Vivir.