Jeremías era hijo de Hilcías y sirvió como profeta durante los reinados de Josías, Joacaz, Joaquín, Joacim, y Sedequías.
Con respecto al profeta Jeremías, podemos observar: I. Que comenzó de muy joven (a los 20 años más o menos) su ministerio. Observa Jerónimo, uno de los padres de la Iglesia, que a Isaías, por ser ya mayor, le tocó la lengua un serafín con una brasa, para purificarle de su pecado (Is. 6:7), pero que, cuando Dios le tocó a Jeremías la boca (Jer. 1:9), no se dice que fuese para purificarle, por ser de más tierna edad. II. Que continuó ejerciendo su ministerio por más de 40 años, pues lo comenzó en el decimotercer año de Josías y lo continuó a lo largo de todos los perversos reinados que sucedieron al del buen rey Josías. III. Que fue un profeta llamado en especial a reprender, enviado a declararle a Israel, en nombre de Dios, sus pecados y amenazarle con los castigos de Dios; y los críticos observan que su estilo es más sencillo y áspero que el de Isaías y de otros profetas, pues cuando nos las tenemos que ver con pecadores a quienes hay que llevar al arrepentimiento, no podemos ir con remilgos, sino hablar claro y fuerte. IV. Que fue un profeta llorón; así se le llama comúnmente, no sólo porque escribió las Lamentaciones, sino porque a lo largo de su ministerio fue un atribulado espectador de los pecados de su pueblo. V. Que fue un profeta sufriente. Fue perseguido por su pueblo más que ningún otro profeta, según veremos al leer este libro, pues vivió y predicó justamente antes de la destrucción del país a manos de los caldeos, cuando la condición de los judíos era muy semejante a la que les caracterizó justamente antes de la destrucción del país a manos de los romanos, cuando mataron al Señor Jesús y a sus propios profetas.
Jeremías procedía de una familia de sacerdotes. Su padre fue Hilcías, posiblemente el mismo Hilcías que encontró el libro de la Ley en el templo (2 Rey 22:8; 2 Crón 34:14). Jeremías era de Anatot, un pueblo a cuatro kilómetros y medio de Jerusalén. Abiatar, el sumo sacerdote bajo el gobierno de David había sido desterrado a Anatot por Salomón (1 Rey 2:26), y Jeremías pudo haber descendido de él. Jeremías tenía un tío llamado Salum (Jer 32:7). Este puede ser el mismo Salum casado con la profetiza Hulda (2 Rey 22:14), pero ese vínculo está poco claro. Jeremías es llamado a ser profeta cuando era muy joven, una tarea que acepta a desgano (Jer 1:6). La mayor parte del ministerio profético de Jeremías registrado en el libro ocurre cuando los babilonios están a punto de conquistar Judá.
Jeremías principalmente declaraba que el inminente exilio era consecuencia de que Israel no había guardado la ley de Dios. Ese mensaje trajo muchas aflicciones a la vida de Jeremías. Él, junto con el resto del pueblo, perdió su tierra y su hogar. Sin embargo también tuvo que enfrentar la burla, la cárcel y las acusaciones de traición de parte de su propio pueblo por expresar las palabras del SEÑOR.
El relato bíblico (incluyendo los libros de Jeremías, Reyes y Crónicas) provee más detalles sobre la vida de Jeremías que cualquier otro profeta. Varios otros profetas profetizaban en la misma época que Jeremías. Sofonías lo precedió inmediatamente y Nahúm profetizó antes de la caída de Nínive en el 612 a.C. Habacuc y Ezequiel también fueron contemporáneos de Jeremías. El libro de Lamentaciones también ha sido tradicionalmente atribuido a Jeremías. El libro de Jeremías detalla las acciones de Jeremías como profeta, y describe su situación en medio del sitio y la caída de Jerusalén.
La primera mitad del libro (1–25) registra las profecías de Jeremías y lo describe representando sus mensajes. Por ejemplo, entierra un cinto de lino y luego lo desentierra para mostrar cómo se arruinaría el pueblo. También usa la figura de un alfarero y la arcilla para mostrar cómo Dios puede moldear el destino de su pueblo (ver Friebel, Jeremiah’s and Ezekiel’s Sign-Acts: Rhetorical Nonverbal Communication).
La forma de vivir de Jeremías también refleja su mensaje profético. Por ejemplo, se le había prohibido casarse, como figura de que el pueblo no tendría futuro (Jer 16); tenía prohibido participar de fiestas, para mostrar que el país perdería todo motivo de festejo; también se le prohibía lamentarse porque vendría el tiempo en que muchos morirían y nadie haría lamento por los muertos.
Las confesiones de Jeremías en la primera mitad del libro presentan una sorprendente figura de él como persona y como profeta (Jer 11:18–23; 12:1–6; 15:10–21; 17:14–18; 18:18–23; 20:7–13; 14–18). Jeremías se pregunta si podrá continuar, (Jer 12), acusa al Señor de engañarlo (Jer 15 y 20), y maldice el día de su propio nacimiento (Jer 20).
La segunda mitad del libro (26–52) da más detalles de las experiencias de Jeremías, especialmente sus interacciones con los reyes de Judá, Joacim y Sedequías, y su encarcelamiento. Jer 37 indica que Jeremías fue encarcelado por presunta traición y en determinado momento fue arrojado a una cisterna para dejarlo morir (Jer 38). Es rescatado por Ebed-Melec, quien comprende que ese pozo sería el fin de Jeremías y obtiene permiso del rey Sedequías para sacarlo. Luego Jeremías es alojado en el patio de la cárcel y se le garantiza una hogaza de pan diaria. Después de la caída de Jerusalén, los babilonios liberan a Jeremías de la cárcel y lo tratan como si hubiera estado siempre de su parte (40:1–6). Jeremías elige quedarse en la tierra de Israel donde tiene una propiedad (comparar Jer 32). No obstante, un grupo de israelitas que huye a Egipto lleva a Jeremías con ellos en contra de su voluntad.
La resistencia no es una cualidad común. Muchos carecen de compromisos, interés y disposición a largo plazo que son vitales para cumplir una tarea a pesar de las probabilidades. Sin embargo, Jeremías fue un profeta que resistió.
El llamado de Jeremías nos enseña cuán íntimamente Dios nos conoce. Nos evalúa antes que nadie sepa que existiremos. Nos cuida mientras estamos en el vientre de nuestra madre. Planea nuestras vidas mientras se forman nuestros cuerpos. Nos valora mucho más de lo que nos auto valoramos.
Jeremías tuvo que depender del amor de Dios para poder soportar. Por lo general, sus oyentes eran antagónicos o apáticos a sus mensajes. Lo despreciaron y a menudo lo amenazaron de muerte. Pudo presenciar tanto el entusiasmo del despertar espiritual como la tristeza por el regreso de una nación a la idolatría. A excepción del rey Josías, que fue bueno, Jeremías observó que un rey tras otro olvidaban sus advertencias y apartaban de Dios al pueblo. Vio cómo asesinaban a otros compañeros profetas. A él mismo lo persiguieron con rigor. Por último, observó la derrota de Judá a manos de los babilonios.
Jeremías respondió a todo esto con el mensaje de Dios y con lágrimas humanas. Sintió el amor directo de Dios por su pueblo y el rechazo del pueblo a ese amor. Pero aun cuando se enojaba con Dios y se sentía tentado a renunciar a todo, Jeremías supo que debía seguir adelante. Dios lo llamó para que resistiera.
Expresó sentimientos profundos, pero además vio más allá, al Dios que pronto ejercería su justicia, pero que después de todo administraría su misericordia.
Quizás nos resulte fácil indentificarnos con las frustraciones y el desaliento de Jeremías, pero debemos darnos cuenta que la vida de este profeta también nos alienta a ser fieles.
Puntos fuertes y logros:
- Escribió dos libros del Antiguo Testamento: Jeremías y Lamentaciones
- Ministró durante los reinados de los últimos cinco reyes de Judá
- Fue un catalizador en la gran reforma espiritual ocurrida durante el gobierno de Josías
- Actuó como mensajero fiel de Dios, a pesar de los atentados que hubo en su contra
- Sufrió tanto por la condición caída de Israel que ganó el título de «profeta llorón»
Lecciones de su vida:
- La opinión de la mayoría no es necesariamente la voluntad de Dios
- Si bien el castigo por el pecado es severo, hay esperanza en la misericordia de Dios
- Dios no aceptará la adoración hueca e hipócrita
- Servir a Dios no garantiza la seguridad en la tierra
Bibliografía:
Diccionario Lexham.
Biblia del Diario Vivir.
Comentario Matthew Henry.