El buen samaritano – Personaje Bíblico con Rosa Mariscal

En el evangelio de Lucas 10:25-37, se encuentra  la parábola del Buen Samaritano.

La parábola del buen samaritano es una de las parábolas de Jesús más conocidas, considerada como la que ha ejercido mayor influencia en el mundo. En las parábolas se narra un hecho real, cotidiano, con el objetivo principal de poder ilustrar una verdad espiritual. 

Esta parábola encierra un importante significado práctico y al mismo tiempo conmovedor sobre la humanidad. Es un ejemplo expresivo e incisivo del mensaje de Dios. Presenta el tono que caracteriza a las llamadas parábolas de amor al prójimo. 

La parábola es narrada por el propio Jesús a fin de ilustrar que el amor al prójimo y la misericordia son las virtudes que guiarán a los hombres a la piedad y la santidad.

Enseña también que cumplir el espíritu de la ley, el amor, es mucho más importante que cumplir la letra de la ley. La elección de la figura de un samaritano, considerado un hereje para los sectores más ortodoxos de la religión hebrea, sirve para redefinir el concepto de prójimo que se manejaba entonces. 

Jesús, mediante esta parábola muestra que la fe debe manifestarse a través de las obras, revolucionando el concepto de fe en la vida religiosa judía, entre los cuales resaltaban grupos como el de los fariseos a quienes Jesús llama «hipócritas» en varias ocasiones por su excesivo apego a la letra de la ley y su olvido por cumplir el espíritu de la ley. 

El contraste establecido entre los prominentes líderes religiosos inmisericordes y el samaritano misericordioso, es un recordatorio a los maestros de la ley (como es el caso del interlocutor de Jesús) de que estaban olvidando el principio de la verdadera religión. Jesús emplea un personaje despreciado por ellos para mostrarles su error.

La narración comienza cuando un doctor de la ley le preguntó a Jesús con ánimo de ponerlo a prueba qué debía hacer para obtener la vida eterna. Jesús, en respuesta, le preguntó al doctor qué está escrito en la ley de Moisés. El respondió con dos citas de la Biblia: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Deuteronomio 6, 5) y la ley paralela «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Levítico 19, 18). Jesús le dijo que había respondido correctamente y lo invitó a hacer lo mismo. En ese punto, el doctor de la Ley formuló otra pregunta a Jesús para justificar su interpelación previa, la que dio lugar a la enunciación de la parábola. 

Es de notar que Jesús no definió, tal como pretendía el doctor de la ley, quién es el prójimo: solo preguntó quién obró como prójimo del herido. Por la respuesta del doctor de la Ley, queda implícito que se considera «prójimo» a todo aquel que obra compasivamente con otro hombre, es decir, la definición se da en función de la obra.​ Asimismo, el doctor de la Ley no respondió a Jesús directamente («el samaritano»), sino indirectamente, al decir «el que tuvo compasión de él», lo que en general se interpreta como una dificultad de su parte en reconocer que no fueron el sacerdote o el levita quienes observaron el espíritu de la ley, sino alguien que en el ambiente judío, era considerado un hereje, un paria.

En la época de Jesús, era notorio el peligro y la dificultad que caracterizaba al camino de Jerusalén a Jericó, conocido como «Camino de Sangre», en razón de la sangre que allí se derramaba, de las muertes que ocurrían por causa de los ladrones.​ 

En su último discurso, pronunciado el 3 de abril de 1968, el día anterior a su asesinato, que se popularizó bajo el título: “ He estado en la cima de la montaña, Martin Luther King describió el camino de Jerusalén a Jericó de la siguiente manera: Recuerdo cuando la señora King y yo estuvimos por primera vez en Jerusalén. Alquilamos un automóvil y fuimos de Jerusalén a Jericó. Y tan pronto como llegamos a ese camino le dije a mi esposa: «Puedo ver por qué Jesús usó esto como el escenario de su parábola». Es un camino sinuoso, serpenteante. Es realmente propicio para emboscadas. Ese es un camino peligroso. En los días de Jesús, vino a ser conocido como el «sendero sangriento». Y usted sabe, es posible que el sacerdote y el levita miraran por encima del hombre tirado en el suelo y se preguntaran si los ladrones todavía estaban en los alrededores. O es posible que ellos sintieran que el hombre en la tierra solo estaba fingiendo, que estaba actuando como si le hubieran robado y herido con el fin de capturarlos, de atraerlos para una incautación rápida y fácil. Y así, la primera pregunta que el sacerdote se hizo, y la primera pregunta que el levita se hizo fue: «Si me detengo a ayudar a este hombre, ¿qué me va a pasar?» Pero luego, el samaritano vino, e invirtió la pregunta: «Si no me detengo a ayudar a este hombre, ¿qué va a pasar con él?»

El sacerdote y el levita son los dos personajes que primero pasan por delante del judío apaleado y lo ignoran, siguiendo su camino. En el caso del sacerdote, el texto señala explícitamente que «bajaba por aquel camino», es decir, que también iba hacia Jericó. La ley establecía que quien tocara un cadáver ensangrentado quedaría impuro hasta la noche, y alguien impuro no podía participar de los rituales religiosos. Más aún, según las palabras de Levítico 21, 1-4, al sacerdote le estaba prohibido todo contacto con un cadáver, no solo antes del servicio del templo sino también en la vida cotidiana, salvo que se tratara de los restos de parientes más próximos.

Si el levita iba, como el sacerdote (Lucas 10, 31), de Jerusalén a Jericó, entonces nada le impedía tocar a un «muerto en el camino». El teólogo alemán, “ Joachim Jeremias señala que, si se quiere dar a sus reparos un motivo ritual, se ha de aceptar que iba de camino hacia Jerusalén al servicio en el templo. El texto (v. 32) no excluye esta hipótesis. Sin embargo, surge una nueva dificultad: las secciones (sacerdotes, levitas, laicos) que cada semana hacían su servicio acostumbraban a subir en grupo a Jerusalén, y no solos. Por eso, la hipótesis de los reparos rituales del levita es difícil de sostener, porque tendría que ir retrasado (para justificar que fuera de forma solitaria) o porque tendría que pertenecer a los pocos archilevitas que prestaban servicio constantemente en el templo”.

Con todo, Joachim Jeremias sugirió que Jesús no necesariamente tenía en vista el precepto saduceo que prohibía estrictamente al sacerdote impurificarse tocando un «muerto en el camino»; quizá quería simplemente describir al sacerdote y al levita como insensibles y cobardes, sin compasión e indiferentes frente al dolor de los demás.

La imagen del samaritano como el piadoso salvador del judío apaleado, constituye una lección bíblica que no podemos olvidar: “Misericodia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos”. (Oseas 6:6) Los samaritanos y los judíos eran rivales irreconciliables; unos a otros se consideraban herejes. Los judíos fundamentaban sus razones en que los samaritanos hacían su culto en el monte  Gerizim en lugar del Templo de Jerusalén. Además, solamente aceptaban como doctrina  Sagrada el Pentateuco; tampoco el libro de los Profetas, solo a Moisés como profeta; no reconocían la tradición oral del Talmud, (una obra que recoge las discusiones rabínicas sobre leyes judías, tradiciones, costumbres, leyendas e historias. …); tampoco en el libro de los Escritos. Por su parte, los samaritanos odiaban a los judíos por las veces que estos habían destruido y profanado el santuario de Gerizim.

El propósito de ésta parábola es que el ser humano ponga toda su atención en el comportamiento del samaritano, y oiga a Dios decir: “Ve, y haz tu lo mismo” (Lucas 10:37)


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