«De paso con Hilario Camacho» – El sueño se ha acabado con José de Segovia

Con 24 años el productor belga Alan Milhaud lanza al madrileño Hilario Camacho como el Dylan hispano. En 1972 el trovador de Chamberí llevaba ya seis años en el círculo de cantautores que ponían música a la poesía olvidada por la dictadura. La España del tardofranquismo giraba todavía en torno al catolicismo. Es un jesuita el que lanza el colectivo Canción del Pueblo. Luis Pastor ensayaba en una parroquia, donde cantaba en la misas de los curas obreros. Y a partir del Vaticano II, la polifonía y el gregoriano dio lugar en las iglesias a las guitarras, las panderetas y los bongós.

Hilario había comenzado a cantar en los Escolapios, donde estaba interno desde que se quedó huérfano. Su tía le regala una guitarra con la que llena el vacío, cuando no va con su prima al cine. Siempre enamoradizo, se relaciona con cantautores concienciados políticamente, como Elisa Serna o Julia León, Paco Ibáñez o Raimon, pero está más interesado en la contracultura americana que en la militancia comunista. Se mueve en torno al Pequeño Teatro de la calle Magallanes, donde introduce William Layton el método Stanislavski del Actor´s Studio de Nueva York. Allí conoce a Cecilia y colabora con el ahora también fallecido Moncho Alpuente. Es el barrio donde se crío y vivió siempre José de Segovia, que frecuentaba también lo que es ahora el Pequeño Cine Estudio. En este programa José recuerda el Madrid de los años 70, donde se hace conocido Hilario Camacho, que escuchamos contar su historia de su propia voz en varias entrevistas.

En lucha consigo mismo, siempre inquieto, entre la droga y el sexo, Hilario recorre Europa con su guitarra, como un hippie. Al volver se integra en la escena del jazz de los hermanos Pardo, Ruy Blas y José Antonio Galicia, que experimentan la fusión con el flamenco, cuando graba su disco De paso. A la muerte de Franco, está en tratamiento psiquiátrico por su adicción. Y cuando sale, se marcha a Menorca, donde vive con un músico uruguayo que cultiva su propia marihuana, mientras escucha música y habla sin parar, a la vez que compone las canciones de La estrella de Alba. Al regresar a Madrid, acaba la popularidad de la canción de autor con el frustrado festival de los Pueblos Ibéricos en la Universidad Autónoma con Llach, Ibáñez y Labordeta en 1977.

Tras introducirse en la salsa catalana, Hilario se reinventa a sí mismo como cantautor eléctrico, haciendo los primeros discos con Joaquín Sabina. Lucha con la soledad y el rechazo a su físico, mientras comparte escenario con los grupos de lo que luego se dará en llamar La Movida. Pone música a la serie de TVE, Tristeza de amor, pero empieza a encontrarse fuera de sitio en los 80. Tras continuas desapariciones y sus siempre inestables relaciones sentimentales, graba sus últimos discos, hasta caer en la amargura y depresión, que le llevarán finalmente al suicidio. Su tragedia nos muestra la pesadilla en la que despierta una generación cuando El sueño se ha acabado…


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