Hijo de Jefone, príncipe de la tribu de Judá (Nm 13:6–14:6)
y uno de los doce exploradores que envió Moisés a
reconocer la tierra de Canaán. Mientras diez volvieron
pesimistas trayendo malos informes, Caleb y → JOSUÉ
fueron los únicos que aconsejaron a Moisés y a toda la
congregación de los hijos de Israel que invadieran la tierra
prometida (Nm 13:1–14:10).
El historiador nos cuenta ahora lo que se hizo de los
territorios del país de Canaán. No se habían conquistado para
dejarlos desiertos. En vano se habría conquistado la tierra si
no hubiese de ser habitada. Pero nadie debía ocuparla a su
capricho, sino que habían de seguirse las instrucciones que
Dios había dado a Moisés para su distribución (Nm. 26:53,
etc.).
Los responsables de este gran asunto fueron Josué, en su
calidad de primer magistrado; Eleazar, que era el sumo
sacerdote, y diez príncipes, uno por cada tribu de las que
iban a recibir ahora su heredad, y que habían sido nombrados
con anterioridad por Dios mismo (Nm. 34:17 y ss.).
Antes de determinar la porción correspondiente a cada
tribu, le fue asignada a Caleb la que le pertenecía. Caleb era
ahora, exceptuando a Josué, el hombre más viejo de todo
Israel, pues todos los que tenían de veinte años para arriba
cuando él tenía cuarenta años habían muerto en el desierto.
Era muy apropiado, pues, que tuviese algún honor especial
en la distribución de la tierra.
Caleb presenta su petición o, más bien, hace su demanda de
que se le entregue Hebrón como posesión suya. Para
justificar su demanda, muestra que hacía mucho que Dios,
por medio de Moisés, se lo había prometido.
- Para dar mayor fuerza a su petición: (A) Trae consigo a
los principales jefes de la tribu de Judá. (B) Apela a Josué
mismo tocante a la verdad de las alegaciones sobre las que
fundamenta su petición: Tú sabes que Jehová dijo a
Moisés, varón de Dios, en Cades-Barnea, tocante a mi y a
ti… (v. 6).
Presenta: El testimonio de su conciencia en lo referente al
asunto de los espías. (a) Que dio el informe de acuerdo con
lo que había en su corazón. No lo hizo por agradar a Moisés
ni por apaciguar al pueblo; mucho menos por afán de
contradecir a los otros espías, sino por plena convicción de la
verdad de su informe y por una fe inconmovible en la
promesa de Dios. Que, con esto, cumplió siguiendo a
Jehová su Dios. Que obró así cuando todos sus demás
hermanos y compañeros en aquel servicio, exceptuando a
Josué, habían dado un mal informe.
Habla también de la experiencia que había tenido, desde
aquel día, de la bondad de Dios para con él. (a) Que le fue
preservada la vida en el desierto, no sólo entre los comunes
peligros y fatigas de aquella tediosa marcha, sino cuando
toda una entera generación de israelitas exceptuando a él y a
Josué, y dice : Ahora bien (lit. Mira), Jehová me ha hecho
vivir como Él dijo, estos cuarenta y cinco años, ¡treinta y
ocho años en el yermo, a través de las plagas y peligros del
desierto, y cinco años en Canaán, a través de los peligros de
la guerra!
Nótese que cuanto más tiempo vivamos, más agradecidos
debemos estar a la bondad de Dios en conservarnos la vida, a
sus cuidados en prolongarnos esta vida tan frágil, y a su
paciencia en soportar lo mucho que le ofendemos a lo largo
de nuestra vida.
Sigue diciendo Caleb: Que todavía estaba en condiciones de
luchar ahora en Canaán. Aunque tenía ochenta y cinco años,
se sentía tan animoso y vigoroso como cuando tenía cuarenta
(v. 11): “Todavía estoy tan fuerte como el día que Moisés me
envió; cual era mi fuerza entonces, tal es ahora mi fuerza
para la guerra, y para salir y para entrar”.
Esto era fruto de la promesa de Dios, el cual siempre da más
de lo que promete; cuando promete vida no sólo da vida,
sino salud, fuerza y todo lo demás que hace que la vida
prometida sea una bendición y un consuelo.
Recuerda, la promesa que Dios le había hecho, por medio de
Moisés, de que poseería este monte (v. 9). Éste era
precisamente el lugar del que, más que de ningún otro sitio
de Canaán, habían tomado los espías materia para su
informe, pues fue aquí donde se encontraron con los hijos de
Anac (Nm. 13:22), cuya vista tanto espantó a los otros espías
(Nm. 13:33).
Podemos suponer que Caleb, al observar el énfasis que ellos
ponían en la dificultad de conquistar Hebrón, cuya
guarnición era de gigantes, deseó valientemente que esa
ciudad, considerada por ellos invencible, le fuese asignada a
él por heredad, como si dijese: «Yo me encargaré de ella y si
no puedo conquistarla para que sea mi heredad, me quedaré
sin herencia». Escogió este lugar solamente porque era el
más difícil de conquistar. Y, para mostrar que su ánimo no
había decaído más que su cuerpo, cuarenta años después se
adhiere a la elección que había hecho entonces y conserva
todavía el mismo estado de ánimo.
La esperanza que tenía de hacerse con Hebrón, a pesar de
que este monte estaba en poder de los gigantes, los hijos de
Anac (v. 12): Está completamente seguro de que se hará con
Hebrón, pues depende por completo de la soberanía y toda
suficiencia de Dios quien puede fácilmente echar a los hijos
de Anac de delante de él.
Josué le otorga lo que pide (v. 13): Josué entonces le
bendijo, ensalzó su bravura, aplaudió su demanda y le
concedió lo que pedía. Hebrón fue adjudicada a Caleb y a
sus herederos (v. 14), por cuanto había seguido
cumplidamente a Jehová Dios de Israel.
Hebrón había sido la ciudad de Arbá, el mayor gigante entre
los hijos de Anac (v. 15). En Génesis 23:2 es llamada
Quiryat-Arbá, como sitio en que murió Sara. Por aquellos
alrededores vivieron Abraham, Isaac y Jacob la mayor parte
de su vida, y cerca de allí estaba la cueva de Macpelá, donde
fueron sepultados. Quizá fue esto lo que llevó a Caleb a esta
parte del país, cuando fueron a espiar, y le hizo desear esa
heredad con preferencia a cualquier otra parte de aquel
territorio.
Fue después una de las ciudades asignadas a los sacerdotes
(Jos. 21:23), y una de las ciudades de refugio (Jos. 20:7).
Cuando estuvo en poder de Caleb se contentó con la comarca
en torno de la ciudad y cedió gozoso la ciudad a los
sacerdotes, ministros de Dios. Era ciudad regia y, en los
comienzos del reinado de David, fue la metrópoli del reino
de Judá; aquí es donde el pueblo acudía a él, y aquí es donde
reinó por espacio de siete años.
Aunque hay muchísimo para reflexionar y aprender sobre la
vida de Caleb, voy a terminar leyendo algún párrafo de la
página 150 del libro Héroes desconocidos de la Biblia, del
autor Jaime Fernández Garrido, sobre la persona de Caleb:
“Caleb venció a Anac, el mayor gigante, y a sus tres hijos
también, cuando tenía 85 años. Aunque sea en un tono
distendido, me gustaría decirte que, antes de poner un
grabado de David contra Goliat en tu despacho, recordando
la historia que tantas veces nos contaron desde niños,
¡deberíamos tener un cuadro de Caleb! Nos recordaría
siempre que no importan los gigantes a los que tengamos
que enfrentarnos. ¡Dios nos dará las fuerzas para vencerlos!
¡Vamos! ¡Manos a la obra! En primer lugar no desesperes de
los años que tienes. Estás en la edad ideal para seguir siendo
fiel al Señor. Haya ocurrido lo que haya ocurrido hasta este
momento.
Segundo, no mires atrás ni te lamentes. Caleb pasó 40 años
“perdidos” en el desierto…pero lo que no perdió jamás fue
su deseo de conquistar para el Señor.
Este es el momento de decidir que la vida que tenemos por
delante (no importan si son días, meses o años) vamos a
dedicarla a vivir para el Señor, hablando del Evangelio y
compartiendo lo que Dios nos ha dado a los que lo necesiten.
PARA DIOS NO EXISTEN PERSONAS JUBILADAS
Bibliografía: Co. M. Henry