BALAAM – El Personaje bíblico con Magdalena Piñero
BALAAM = Profeta madianita que residía en Petor, hijo de Beor o Bosor. Vivía muy lejos, en el país del que salió Abraham y en el que vivía Labán, Mesopotamia.
En el capítulo 22 de Números comienza la famosa historia de Balac y Balaam, de su empeño en maldecir a Israel, y de su tremendo fracaso, puesto que Dios cambió la maldición, en la misma boca de Balaam, en espléndida bendición. Mucho después, Dios pide a su pueblo, por boca del profeta Miqueas, que se acuerde de lo que maquinaba Balac y de lo que le respondió Balaam (Mi. 6:5), para que comprenda mejor la misericordia y la fidelidad de Dios.
Los hijos de Israel, por fin, habían terminado su vagar por el desierto del que habían subido, y estaban ahora acampados en las llanuras de Moab, cerca del Jordán, donde continuaron hasta pasar el río conducidos por Josué, después de la muerte de Moisés.
Balac, rey de Moab, maquinó un plan para obtener su objetivo: que el pueblo de Israel quedase maldito, es decir, que Dios se pusiese en contra de Israel.
Contrató a Balaam para maldecir a Israel, pero Dios le empujó a bendecir en lugar de maldecir a Su pueblo elegido. Aunque Balaam hablaba con una forma de piedad, su corazón estaba evidentemente inclinado a conseguir la paga del rey Balac (Jud. 11).
Dios pone freno a Balaam, prohibiéndole que maldiga a Israel. En aquella noche, Dios le habla, probablemente en sueños, y le pregunta quiénes son aquellos huéspedes y qué han venido a hacer. Dios ya lo sabe, pero quiere oírlo de los labios de Balaam. Éste le hace un resumen del asunto que llevaban entre manos y, después de oírle, Dios le manda que no vaya con ellos, ni se atreva a maldecir al pueblo que es bendito de Jehová. Dios no sólo le prohíbe marchar a donde está Balac, sino también maldecir al pueblo; la razón que Dios le da es: Porque bendito es.
Balaam no transfiere con fidelidad a los mensajeros la respuesta de Dios. Sólo les dice: «Jehová no me quiere dejar ir con vosotros». No les dijo, como era su deber, que Israel era un pueblo bendito, y que de ninguna manera debía maldecirlo.
Balaam recibe una segunda embajada para persuadirle que maldiga a Israel. Balac, ahora, le tentó con honores, y puso un cebo no sólo para su codicia, sino para su orgullo y ambición.
Podríamos discernir aquí en el interior de Balaam una lucha entre sus convicciones y sus corrupciones. Sus convicciones le inclinaban a adherirse al mandato de Dios, pero sus corrupciones le inclinaban con fuerza al mismo tiempo a quebrantar el mandamiento de Dios.
Balaam, en cambio, parece que sigue sintiendo una fuerte inclinación a aceptar la oferta, puesto que deseaba esperar para ver lo que Dios quería decirle. Esto suponía un concepto muy bajo del carácter del Dios Todopoderoso, como si fuese capaz de cambiar sus propósitos o, al menos, conceder cierto permiso para pecar.
Dios vino a él, probablemente mediante un ángel, y le dijo que podía marcharse, si así lo deseaba, con los mensajeros de Balac. No ha de pensarse que el pecado de una persona es menos provocativo contra Dios por el hecho de que Dios lo permita. No hay nada que desagrade tanto a Dios como los designios malvados contra su pueblo, porque quien toca a los suyos, toca a la niña de su ojo.
El ángel de Jehová se puso en el camino por adversario suyo. Balaam se percató del desagrado de Dios por medio del asna, y esto no le asustó ni le hizo recapacitar. El asna vio al ángel. ¡Que nadie se ensoberbezca con visiones y revelaciones, cuando incluso una burra vio a un ángel! Para salvarse a sí misma y al insensato que sobre ella cabalgaba, se apartó del camino. Balaam debía haber tomado buena nota de ello y considerar si él no estaba fuera del camino de su deber; pero, en vez de hacerlo así, azotó al asna para hacerla volver al camino.
No habían caminado largo trecho, cuando el asna volvió a ver al ángel y, para evitar su encuentro, se arrimó mucho a una pared, y apretó contra la pared el pie de Balaam. Al apretarle el pie a Balaam, aunque con ello le salvaba la vida, le provocó tal enfado que golpeó al asna por segunda vez.
Por tercera vez se encontraron con el ángel y entonces el asna se echó debajo de Balaam. También por tercera vez Balaam azotó al asna, aunque ésta le había cumplido ahora el mejor servicio de su vida al salvarle de la espada del ángel y enseñarle, con su actitud de echarse cuerpo a tierra, a que él hiciese lo mismo. Como no hiciese mella en él ninguno de estos procedimientos, abrió Dios la boca del asna, y ésta le habló una y otra vez; y ni siquiera esto hizo efecto en él.
El asna se quejó de la crueldad de Balaam: «¿Qué te he hecho, que me has azotado estas tres veces?». La brutal y testaruda pasión de Balaam le cegó de tal manera que le impidió observar lo sumamente extraño del caso. Nada embrutece más a un hombre que la furia desenfrenada. El asna razonó incluso con él. Dios capacitó a un bruto animal, no sólo para que hablase, sino para que razonase con sentido.
Por fin, Balaam se percató, por medio del ángel, del desagrado de Dios, y esto le asustó. Cuando Dios le abrió los ojos, vio al ángel, y entonces se inclinó sobre su rostro. Dios tiene muchos medios para quebrantar y humillar el más duro y ensoberbecido corazón. El ángel le reprendió por su conducta cruel: «¿Por qué has azotado tu asna?». Pareció ceder Balaam entonces: «He pecado, he pecado al emprender este viaje, y he pecado al proceder tan violentamente», pero se excusó con que no había visto al ángel; ahora que lo veía, estaba dispuesto a desandar el camino. Sin embargo, el ángel le dice: «Ve con esos hombres. Pero la palabra que yo te diga, esa hablarás, te guste o no».
Se encuentra Balaam con Balac; ambos, enemigos coligados contra el Israel de Dios, pero parecen diferir en cuanto al éxito de la operación. Balac habla con absoluta confianza, y no duda de que va a salirse con la suya ahora que Balaam ha llegado. Balaam abriga muchas dudas al respecto, y pide a Balac que no confíe demasiado en él: «¿Podré ahora hablar alguna cosa?». Como si dijera: «Muy a gusto maldeciría a Israel; pero no debo, ni puedo, porque Dios no me lo va a permitir».
Balac trata con toda esplendidez a Balaam. Después de ofrecer a los dioses de Moab sacrificios de gratitud por la llegada de tan esperado huésped, se da un banquete para Balaam y los príncipes que estaban con él. A la mañana siguiente, para no perder tiempo, Balac toma a Balaam consigo en un carro y lo lleva a los lugares altos de su reino, desde donde se podía divisar el campamento de Israel. Ahora Balaam está realmente deseoso de agradar a Balac, más que lo estuvo jamás de agradar a Dios.
Balaam se retira a una altura a solas. Esto es todo lo que sabía: que la soledad proporciona buena oportunidad para la comunión con Dios. Dios iba a constreñirle a pronunciar en honor de Jehová y de Israel una alabanza tan estupenda, que dejase para siempre sin excusa a cuantos quisiesen levantarse en armas contra el Israel de Dios y el Dios de Israel.
Balaam pronuncia su bendición en los oídos mismos de Balac. Ve a los israelitas dichosos y a salvo, y les bendice. Declara implícitamente que Israel está a salvo, fuera del alcance de los venenosos dardos de maldición que él mismo le preparaba. Reconoce que su designio era maldecirles; que Balac le llamó de Aram, su país, y que él vino con esta intención. Reconoce que el intento ha fracasado, y confiesa su propia incapacidad para llevarlo a la práctica. No puede pronunciar contra Israel ni una sola mala palabra: «¿Por qué maldeciré yo al que Dios no maldijo?».
Esto comporta una clara confesión:
- De la debilidad e impotencia de sus poderes mágicos.
- De la soberanía y el dominio del Dios Omnipotente. Viene a decir que él no puede hacer más de lo que Dios le permite hacer.
- De la inviolable seguridad del pueblo de Dios.
Declara también que Israel es dichoso por tres conceptos:
- Dichoso en su peculiaridad, por ser distinto del resto de las naciones: «Desde la cumbre de las peñas lo veré». Fue una gran sorpresa para Balaam ver un campamento tan extenso, con señales de disciplina, orden y armonía, cuando seguramente le habían hecho creer que era una turba desordenada de vagabundos.
- Dichoso en su número: una formidable compañía que nadie podía contar. «¿Quién contará el polvo de Jacob?». El gran número de los israelitas era precisamente lo que más le preocupaba a Balac.
- Dichoso en su final: «Muera yo la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya». Se da por supuesto que todos los hombres han de morir, también los rectos. Pronuncia dichosos a los rectos no sólo mientras viven, sino también cuando mueren. Muestra que sus opiniones religiosas eran mejores que sus resoluciones prácticas.
Hay muchos que desean morir la muerte de los rectos, pero no se esfuerzan por vivir la vida de los rectos; desean su final, pero no su camino. Querrían ser santos en el cielo, pero pecadores en la tierra, como si el cristianismo fuese únicamente una religión para bien morir. Balaam viene a decir a Balac que no ha tenido más remedio que pronunciar lo que Dios había puesto en su boca.