Los hijos de Elí y Samuel – El personaje bíblico con Rosa Mariscal

El primer libro de Samuel comienza con Elí como sacerdote. Samuel fue consagrado al servicio del Señor por su piadosa madre, y estuvo al servicio del tabernáculo bajo Elí.  

Dos hijos de Elí, Hofni y Finees, eran «hijos que no obedecían la Palabra de Dios». Ayudaban a su padre, pero interferían en las ofrendas de la gente del pueblo, y pecaban en gran manera ante el pueblo. 

Elí habló con sus hijos acerca de las malas acciones que estaban cometiendo, pero no con la necesaria energía para impedir que deshonraran al Señor. Y la responsabilidad de mantener al pueblo de Dios ante Él residía en la casa sacerdotal. De ahí lo enorme del pecado de los jóvenes, y la gran responsabilidad de Elí por su negligencia.

Un hombre de Dios fue a Elí, y le dijo claramente que estaba honrando a sus hijos antes que a Dios, detallándole algunos de los juicios que iban a venir sobre su casa, y que sus dos hijos morirían en un mismo día.

Si en el capítulo (2 de 1ª  de Samuel) ya se nos está hablando del pecado de  los hijos del sacerdote Elí; ¡una vez más! En el capítulo (8:1–3) se nos habla del uso y el abuso de los hijos de Samuel.

Samuel tenía un carácter más fuerte y más dotado que Elí, y su ministerio fue mucho más amplio. Era mucho lo que había aprendido junto a Elí y compartía con él su deseo de servir a Dios, obedecer su palabra y capacitar a otros, sobre todo a Israel como un todo, para hacer lo mismo. Sin embargo, no parece que hubiera aprendido de los fallos de Elí como padre. Las similitudes entre Ofni y Finees y los dos hijos de Samuel, Joel y Abías, llaman la atención y, sin duda, son incluso acentuadas por el narrador. 

La forma particular de corrupción puede que fuera distinta, pero, en su fondo, era idéntica: Sus hijos no anduvieron por los caminos de él, sino que se desviaron tras las ganancias deshonestas, aceptaron sobornos y pervirtieron el derecho (3). Dicho con otras palabras, abusaron de su posición e hicieron un mal uso de su poder exactamente igual que los hijos de Elí – aun cuando puede que sus delitos en particular fueran diferentes. 

Hicieron gala de idéntico desprecio hacia Dios, la ley y el pueblo, y era más que evidente su incapacidad para ostentar cualquier cargo público, y menos todavía para ser líderes del pueblo. Y, pese a ello, Samuel,un padre excesivamente indulgente, a pesar de su probada integridad y dotes para el ministerio, se mostraba a todas luces incapaz de percibir la verdadera naturaleza de sus hijos, llegando hasta el extremo de nombrarles jueces. 

Es muy posible que la mención de Joel y Abías sirviendo en Beerseba, presumiblemente la ciudad en el extremo sur del país, bien alejados del círculo habitual de Samuel, tenga la intención de proporcionar algún tipo de excusa para esa falta de percepción, por parte de Samuel, de la corrupta conducta de sus hijos. Pero los ancianos de Israel, como líderes de las distintas tribus, sí eran plenamente conscientes de lo que estaba pasando. En consecuencia, es razonable concluir que, si Samuel no era consciente del problema, esa ceguera suya tenía que ser un tanto deliberada y, sin duda, condenable. La cuestión no era, ni mucho menos, que él participara en las acciones o beneficios de sus hijos, como había sido el caso con  Elí, pero tampoco hay indicación alguna de que hiciera algo para impedir su actuación, ni siquiera elevando una queja como había hecho su predecesor.

A pesar del deseo personal de Samuel de que así fuera, el liderazgo nacional continuado de su familia no iba a solucionar los problemas de Israel, como tampoco lo había hecho la sustitución de Elí por parte de sus hijos.

Eso era algo evidente y claro para unos ancianos responsables, al tanto de la realidad de las cosas, para el propio pueblo israelita y, de hecho, para ¡todo aquel que no fuera el propio Samuel! Los ancianos buscaban una salida al problema. La cuestión era que la gestión de liderazgo de Samuel era buena, pero el que sus hijos “no siguieran sus pasos” era todo un problema. Quizás, si se nombrara a un rey, las cosas marcharían mejor. El monarca vendría a sustituir a Samuel y su ministerio tendría una continuidad.

​Y esos líderes se dirigieron a Samuel, planteándole el nombramiento de un rey como alternativa a la gestión de su liderazgo. 

La preocupación manifestada por los ancianos tenía que ver con la incapacidad de los hijos de Samuel para desempeñar el cargo que ocupaban, a lo que venía a sumarse el hecho cierto de estar buscando un rey que ejerciera como “juez”. A Samuel le resultó “desagradable”     la solicitud de los ancianos. Parece evidente que el origen de su desagrado estaba en sus sentimientos; si los ancianos querían un cambio, era porque no tenían ningún aprecio a lo hecho por él. Pero la cuestión es que no hay ni el más leve indicio de algo semejante en la solicitud presentada por ellos. El problema que tenían no afectaba para nada a lo anterior; lo que les preocupaba era lo que pudiera venir después. No hay por qué precipitarse y llegar a la conclusión de que el deseo de cambio implica el rechazo a la persona afectada.

La inquietud que les motivaba no era del todo condenable, pero el versículo 8 deja suficientemente claro que seguían el precedente de sus antepasados al olvidarse del Señor para servir a otros dioses. 

La respuesta que Dios da a su solicitud es notable. En primer lugar, instruye a Samuel para asegurarse de que la gente entiende claramente lo que conlleva su solicitud. Al nombrar un rey se estarán arriesgando a padecer una posible tiranía. Y, habida cuenta de que se nos acaba de referir la corrupción de los hijos de Elí y de los hijos de Samuel, bien pudiera ser que se le esté pidiendo al lector, exactamente igual que a los israelitas, que se plantee la posibilidad de que no hay poder que no corrompa.

Los ancianos sabían que el principio de sucesión hereditaria había hecho aguas, y ahora resultaba que ¡lo mejor que se les ocurría para solucionarlo era un sistema aún más problemático! Concentrar mayores poderes en un único individuo al instaurar la monarquía era arriesgarse a sufrir más corrupción y opresión. Una vez que Samuel está bien seguro de que el pueblo conoce todas las posibles consecuencias que se derivan de una monarquía, aunque el pueblo rehusó oír la voz de Samuel (19), sucede que Dios les concede su deseo. Instruye entonces a Samuel para que les nombre un rey. Dios va a seguir teniendo el control y, a pesar de las reservas que tiene al respecto, Samuel, como representante de Dios, asume la tarea de nombrar e instaurar al nuevo rey. 

Bibliografía:

Comentario A. Testamento Andamio.

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