El profeta Miqueas – El personaje bíblico con Rosa Mariscal

Miqueas procedía del reino del sur, esto es, de Judá. Aunque algo más joven que Isaías, desarrolló su ministerio profético por el mismo tiempo que Isaías, Oseas y Amós. Dice Ryrie: «Mientras Oseas profetizó a las tribus norteñas de Israel, e Isaías a la corte en Jerusalén, Miqueas, un judío de Morésheth en el suroeste de Palestina, predicó al común del pueblo de Judá». El lugar de donde procedía Miqueas, Moréset-Gat, distaba unos 36 km de Jerusalén. Como los profetas contemporáneos de él, Miqueas profetizó en la segunda mitad del siglo VIII a. de C. No se sabe más de él, y no debe ser confundido con el hijo de Imlá (1 R. 22:8), quien vivió casi un siglo antes que el profeta. Es citado por el Señor Jesucristo en Mateo 10:35, 36 (al citar de Mi. 7:6) y por Jeremías (Jer. 26:18, 19). El versículo más importante de su profecía es, con la mayor probabilidad, 6:8.

El propósito del libro es: Advertir al pueblo de Dios que el juicio se acerca y ofrecer el perdón a todos los que se arrepientan.

El ambiente de la época, espiritualmente, era muy malo. El rey Acaz colocó ídolos paganos en el templo y finalmente clausuró sus puertas. Cuatro naciones diferentes arrasaron Judá. Cuando Ezequías subió al trono, la nación comenzó un lento camino hacia la recuperación y el vigor económico. Ezequías probablemente escuchó mucho del consejo de Miqueas. 

Miqueas, predijo la caída tanto del reino del norte de Israel como del sur de Judá. Esta fue la disciplina de Dios sobre el pueblo, en realidad una demostración de lo mucho que se preocupaba por ellos. El buen gobierno de Ezequías ayudó a posponer el castigo sobre Judá. 

Miqueas e Isaías vivieron en la misma época, aproximadamente del año 750 al 680 a.C. Sin duda alguna se conocieron. Miqueas dirigió su mensaje principalmente a Judá, el reino del sur, pero también tuvo algunas palabras para Israel, el reino del norte. Judá disfrutó de gran prosperidad en esta época. De los tres reyes mencionados, Jotam (750–735) y Ezequías (715–686) trataron de seguir a Dios (2 Reyes 15.32–38; 18–20); pero Acaz fue uno de los reyes más perversos que reinara en Judá (ver 2 Reyes 16).

 Jerusalén era la capital de Judá (el Reino del Sur); Samaria era la ciudad capital de Israel (el reino del norte). La destrucción de Samaria se cumplió literalmente durante la vida de Miqueas, en 722 a.C. (2 Reyes 17.1–18), tal y como él lo había predicho.

Existen dos pecados identificados en el mensaje de Miqueas: la perversión de la adoración (1.7, 3.5–7, 11; 55.12, 13) y la injusticia hacia los demás (2.1, 2, 8, 9; 3.2, 3, 9–11; 7.2–6). Estos pecados se infiltraron de forma flagrante en las ciudades capitales e infectaron la nación entera.

Importancia del mensaje, es: Decidir vivir una vida separada de Dios es hacer un compromiso con el pecado. El pecado lleva al castigo y a la muerte. Únicamente Dios nos conduce a su paz eterna. Su disciplina a menudo nos mantiene en el camino correcto. 

Miqueas enfatizó la necesidad de justicia y paz. Como un abogado, presenta el caso de Dios en contra de Israel y Judá, de sus líderes y de su pueblo. A lo largo del libro se encuentran profecías acerca de Jesús, el Mesías, que reuniría al pueblo en una sola nación. Será su rey y gobernante, impartiendo misericordia en ella. Miqueas aclara que Dios aborrece la idolatría, la falta de bondad, la injusticia, los rituales vacíos y los sigue aborreciendo en la actualidad. Pero Dios está dispuesto a perdonar los pecados de toda persona que se arrepienta.

 El odio y el amor se han convertido en palabras favoritas, muy trilladas, arrojadas al descuido a objetos, situaciones, e incluso a las personas. 

La ligereza con que se usan palabras como «amor» y «odio», las han privado de significado. Ya no entendemos afirmaciones que describen a un Dios amoroso que aborrece el pecado. Así describimos a Dios como amable y bondadoso: un «debilucho» cósmico. Y nuestro concepto de lo que Él aborrece lo atenúa el pensamiento sin sabiduría y las falsas concepciones. 

Las palabras de los profetas contrastan tremendamente con esos malentendidos. La ira de Dios es real, ardiente, devoradora y destructora. Él aborrece el pecado y se levanta como juez justo, listo para impartir el castigo a todos los que desafían sus reglas. 

El amor de Dios es real. También es real el hecho de enviar a su Hijo, el Mesías para salvar y tomar el lugar del pecador en el juicio. El amor y el odio van juntos; ambos son eternos, irresistibles e insondables. 

Miqueas presenta en siete breves capítulos su verdadera descripción de Dios: El Señor todopoderoso que aborrece el pecado y ama al pecador. Gran parte del libro está dedicada a describir el juicio de Dios sobre Israel (el reino del norte), sobre Judá (el reino del sur), y sobre toda la tierra. Este juicio vendría: «Por la rebelión de Jacob, y por los pecados de la casa de Israel» (1.5). Y el profeta hace una lista de estos pecados despreciables, incluyendo el fraude (2.2), el robo (2.8), la codicia (2.9), el libertinaje (2.11), la opresión (3.3), la hipocresía (3.4), la herejía (3.59), la injusticia (3.9), la extorsión y la mentira (6.12), el asesinato (7.2) y otras ofensas. El juicio de Dios vendrá. 

En medio de esta predicción abrumadora de destrucción, Miqueas da esperanza y consuelo, ya que también describe el amor de Dios. La verdad es que ese juicio llega después de darles un sinnúmero de oportunidades para arrepentirse, para volver a la verdadera obediencia y adoración: «hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante Dios» (6.8). Pero aun en medio del juicio, Dios promete liberar a una pequeña minoría que ha continuado siguiéndole. Él declara. «Subirá el que abre caminos delante de ellos; abrirán camino y pasarán la puerta, y saldrán por ella; y su rey pasará delante de ellos, y a la cabeza de ellos Jehová» (2.13) Este Rey, por supuesto, es Jesús; y leemos en 5.2 que nacería en Belén, una aldea judía desconocida. 

Dios juzgará los falsos profetas, los líderes deshonestos y los sacerdotes egoístas de Israel y Judá. Mientras realizaban públicamente ceremonias religiosas, buscaban en privado ganar dinero e influencia. 

El mezclar motivos egoístas con una demostración vacía de religión es pervertir la fe. No trate de mezclar sus propios deseos egoístas con la verdadera fe en Dios. Algún día Dios revelará cuán tonto es sustituir la lealtad a Él por cualquier otra cosa. El tener una mezcla privada de religión pervertirá su fe. 

Miqueas predijo la ruina para todas las naciones y para los líderes que oprimían a los demás. Las clases altas oprimían y explotaban a los pobres. Y aun así nadie hablaba en contra de ellos o hacía algo para detenerlos. Dios no protegerá tal injusticia. No osemos pedir ayuda a Dios mientras olvidemos a los necesitados y oprimidos, o guardemos silencio ante las acciones de quienes los oprimen. 

Dios prometió un nuevo rey para fortalecer y pacificar a su pueblo. Cientos de años antes del nacimiento de Cristo, Dios prometió que el Rey eterno nacería en Belén. Era el gran plan de Dios para restaurar a su pueblo por medio del Mesías. 

Cristo, nuestro rey, nos guía tal y como Dios lo prometió. Pero hasta su juicio final, su liderazgo solo será visible para los que reciben con agrado su autoridad. Podemos tener la paz de Dios ahora al renunciar a nuestros pecados y recibirlo como rey. 

Miqueas predicó que el gran deseo de Dios no era que le ofrecieran sacrificios en el templo. Dios se deleita en la fe que produce justicia, amor por los demás y obediencia a Él.  La verdadera fe en Dios genera bondad, compasión, justicia y humildad. Podemos agradar a Dios al buscar estos resultados en nuestro trabajo, en nuestra familia, en nuestra iglesia y en nuestra comunidad. 

Cuando leamos Miqueas debemos percatarnos de la ira de Dios, puesta en práctica cuando juzga y castiga el pecado. Veamos el amor de Dios en acción, cuando ofrece la vida eterna a todos los que se arrepienten y creen. Y luego determinemos unirnos al remanente fiel del pueblo de Dios para vivir de acuerdo con su voluntad. 

Bibliografía:

Biblia del Diario Vivir.

Comentario M. Henry.


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