Estudio bíblico de Rosa Mariscal
PEDRO (lat. Petrus, del gr. Petros: un trozo de roca, un canto rodado, en contraste con petra, una masa rocosa; cfr. petra en Mt. 7:24, 25; 27:51, 60; Mr. 15:46; Lc. 6:48).
Pedro, al igual que los primeros discípulos, recibió tres llamamientos de su Maestro: a que viniera a ser Su discípulo (Jn. 1:40; cfr. 2:2); a que lo acompañara constantemente (Mt. 4:19; Mr. 1:17; Lc. 5:10); a que fuera uno de los apóstoles (Mt. 10:2; Mr. 3:14, 16; Lc. 6:13, 14). Tuvo, ya desde el principio, un papel destacado entre los discípulos, a causa de su fervor, de su energía e impetuosidad. Pedro se encuentra siempre encabezando las listas (Mt. 10:2; Mr. 3:16; Lc. 6:14; Hch. 1:13). Tres de los discípulos de Jesús eran amigos íntimos de Él: Pedro es nombrado en primer lugar (Mt. 17:1; Mr. 5:37; 9:2; 13:3; 14:33; Lc. 8:51; 9:28). Él es el portavoz de los apóstoles; el primero en confesar que Jesús es el Cristo de Dios (Mt. 16:16; Mr. 8:29), pero también el que intenta desviar a Su Maestro del camino del sufrimiento (Mt. 16:22; Mr. 8:33).
La vida de Pedro presenta tres etapas:
- En primer lugar, el período de formación, expuesto en los Evangelios. En estos años de relación con el Maestro aprendieron a conocer a Cristo y a conocerse a sí mismos. La triple negación del presuntuoso apóstol puso fin a este período (Mt. 26:69ss.; Mr. 14:66ss.; Lc. 22:54ss.; Jn. 18:15ss.). Cuando Jesús se encontró con Sus discípulos en el mar de Tiberias, puso a prueba a Pedro haciéndole tres preguntas, y restableciéndolo después en el apostolado (Jn. 21:15ss.).
- Al comienzo de los Hechos se expone el segundo período, durante el cual Pedro condujo a la Iglesia con audacia y firmeza. Llevó a los hermanos a reemplazar a Judas por un discípulo que hubiera conocido al Señor (Hch. 1:15–26). Después del derramamiento del Espíritu Santo, en el día de Pentecostés, Pedro explicó el sentido de este milagro a la muchedumbre de judíos reunidos en Jerusalén (Hch. 2:14ss.). Fue el principal instrumento en la sanidad del paralítico y se dirigió acto seguido al sanedrín (Hch. 3:4, 12; 4:8). Amonestó a Ananías y a Safira (Hch. 5:3, 8). El gran discurso que pronunció en el día de Pentecostés abrió a los judíos la puerta de la salvación (Hch. 2:5-12, 38). También la abrió a los gentiles, al dirigirse a Cornelio y a los que estaban en su casa (Hch. 10).
- El tercer período queda marcado por un trabajo humilde y perseverante revelado en las dos epístolas de Pedro. Una vez hubo echado los cimientos de la Iglesia, abandonó el primer plano, y trabajó desde la oscuridad para la expansión del Evangelio. Desde entonces, desaparece de la historia, y es Jacobo quien aparece dirigiendo la Iglesia en Jerusalén (Hch. 12:17; 15:13; 21:18; Gá. 2:9, 12). Pedro, apóstol de la circuncisión (v. 8), anunció el Evangelio a los judíos de la dispersión; dejó Jerusalén a Jacobo, y el mundo grecorromano a Pablo (Gá. 2:7). La última mención que se hace de él en Hechos (cap. 15) lo presenta en el concilio de Jerusalén, defendiendo que los gentiles debían ser admitidos en la Iglesia, y defendiendo asimismo la libertad evangélica, postura ésta que prevaleció.
Pedro no es conocido sólo por las anteriores menciones y por sus dos epístolas, donde traslucen su humildad y tacto. Pedro respalda la autoridad de Pablo y Judas, y exhorta a sus lectores a permanecer firmes en la fe que comparten con sus hermanos. Visto a lo largo de los Evangelios, de Hechos y de las Epístolas, el carácter de Pedro no se contradice nunca: este hombre de acción tiene los fallos propios de sus cualidades (Mt. 16:22; 26:69–75; Gá. 2:11), que son inmensas. El entusiasmo era consustancial a su persona. Transformado por el Espíritu de Cristo, Pedro se señala por su amor a su Maestro, por su caridad, y por su clara percepción de las verdades espirituales. La vida de este discípulo está repleta de enseñanzas. Sus escritos sondean las profundidades de la experiencia cristiana y alcanzan las más altas cumbres de la esperanza.
La historia no añade mucho a lo que sabemos de Pedro por el NT. Hay buenas razones para admitir la tradición que afirma que Pedro fue crucificado en la época en que Pablo fue decapitado, hacia el 68 d.C. Jesús había predicho el martirio de Pedro (Jn. 21:19). No es imposible que hubiera sufrido el martirio en Roma. Su vida ha suscitado multitud de leyendas. Escritos apócrifos muy antiguos, debidos a los ebionitas (una secta herética que persistió entre el siglo I y VII d.C.), extendieron la leyenda de que Pedro había sido obispo de Roma durante 25 años. El examen atento de las fuentes de esta tradición y de su contenido no permite admitirla como historia.
Por lo que respecta al papel atribuido a Pedro por la Iglesia de Roma, se debe examinar qué es lo que realmente dice el NT acerca de ello: Está claro que la doctrina del NT es que sólo el Señor Jesucristo resucitado es la cabeza de la Iglesia (Ef. 1:22; Col. 1:18), y que jamás rendirá Su sacerdocio, que es intransmisible (gr., He. 7:24). Además, Pedro no fue «obispo de Roma durante veinticinco años», no pudiendo haber sido un primer papa. Su muerte tuvo lugar alrededor del año 68, por lo que hubiera debido hallarse en Roma desde el año 43, lo que es imposible en base al NT. Cuando Pablo llegó a Roma en el año 60, se encontró con que los judíos de allí no sabían nada del Evangelio, y otra vez Pedro no es mencionado (Hch. 28:15ss.). Su nombre no figura tampoco en las Epístolas de la cautividad, ni aun en la Segunda a Timoteo, escrita poco antes de su muerte hacia el 68 (cfr. 2 Ti. 4:16).
Finalmente, Pedro, con todas sus cualidades y sus experiencias, ni era infalible ni tenía una autoridad superior a la de los otros apóstoles. Sin embargo, Pedro es una de las más grandes figuras, no sólo del NT, sino de toda la Biblia. Su vida entera fue consagrada al Señor desde el día de su llamamiento. Su ardor y celo por su Señor, su perseverancia, humildad, mansedumbre, su cuidado de la grey del Señor, su afán por predicar las buenas nuevas de la salvación de Dios, todo ello ampliamente testificado en las Escrituras, nos da una bella imagen del discípulo consagrado, y constituye una vida a estudiar y un ejemplo a seguir.
Las primeras palabras de Jesús a Simón Pedro fueron «Venid en pos de mí» (Marcos 1:17). Las últimas: «Sígueme tú» (Juan 21:22). Entre esos dos desafíos, nunca falló en cuanto a seguirlo en cada paso del camino, aun cuando con mucha frecuencia tropezaba.
Pedro, el impulsivo, no actuaba como una roca la mayor parte del tiempo. Pero cuando Jesús escogió a sus seguidores no buscaba modelos, buscaba gente real. Personas que su amor podía cambiar y luego enviarlas para comunicar que su aceptación estaba al alcance de cualquiera, aun de los que fallaban a menudo.
Podríamos preguntarnos qué ve Jesús en nosotros que nos llama a seguirle. Pero sabemos que Él aceptó a Pedro a pesar de sus fracasos. Pedro siguió adelante haciendo mayores cosas para Dios. ¿Estamos nosotros dispuestos a seguir a Jesús, aun cuando a veces le fallemos?
Puntos fuertes y logros:
- Se convirtió entre los líderes reconocidos de los discípulos de Jesús, uno del grupo más íntimo de tres.
- Fue la primera y gran voz del evangelio durante y después de Pentecostés.
- Tal vez conoció a Marcos y le dio información para el Evangelio de