Tamar – El personaje bíblico con Rosa Mariscal

Tamar, su nombre significa “Un árbol de palma,una palmera”.  

El capítulo 38 del libro de Génesis narra la historia de Tamar. Ella fue, por dos veces, la nuera de Judá, uno de los hijos de Jacob, así como la madre de sus dos hijo, los gemelos Fares y Zara.

El gran patriarca Judá, se casó con una mujer llamada Súa, quien le dio tres hijos en este orden: Er,Onán y Selá. 

El primer marido de Tamar se llamaba Er hijo de Judá. Pero Dios no Se agradaba de su conducta perversa y lo hizo morir (lea Génesis 38:7).

Al quedar viuda, según la tradición de la época, Tamar tenía que casarse con el hermano menor de su marido, Onán.

A petición de Judá, Onán, el segundo hijo se casó con ella según la ley del leviarato. (La ley del levirato o simplemente el levirato es un tipo de matrimonio en el cual una mujer viuda que no ha

tenido hijos se debe casar (obligatoriamente) con uno de los hermanos de su fallecido esposo. Para continuar la línea sucesoria y la descendencia familiar, el nombre del primer varón de esta nueva unión ha de ser el mismo que el correspondiente al difunto, y heredará sus bienes). 

Más sabiendo Onán, que debido a esa ley del levirato sus hijos no serían suyos, si no de su hermano, evitó consumar su relación. Esta conducta de Onán motivo su muerte, dice la Biblia: “Y desagradó en ojos de Dios lo que hacía, y a él también le quitó la vida” (Gn. 38:10)

Judá solo tenía un hijo más, Sela. Y temiendo perder al único hijo que le quedaba, Judá le pidió a Tamar que regresara a la  casa de su padre hasta que Sela se convirtiera en un hombre para desposarla.

Era una vergüenza para una mujer que ya había estado casada, tener que regresar a la casa de los padres sin marido y sin hijos. Pero Tamar enfrentó esa vergüenza.

El tiempo pasó. Sela se hizo hombre y Judá olvidó su compromiso. Él no le daría a su hijo a una mujer que parecía tener una maldición.  Y Tamar se transformó en la olvidada. Durante mucho tiempo enfrentó el desprecio, la soledad, las miradas críticas, pero decidió tomar una actitud osada.

Tamar debería haber recibido como esposo a Sela, el tercero de los hijos de Judá, para así darle un heredero a su primer marido, pero al ver que el padre no se lo quiere entregar en matrimonio busca una estratagema para conseguirlo.

Para ello se hace pasar por una prostituta y, así disfrazada, en un día conveniente, se coloca al borde del camino por el que tiene que pasar Judá, tras acabar el esquileo del rebaño. (En ese tiempo Judá  ya estaba viudo).

Judá la contrata, para acostarse con ella y, como anticipo del cabrito que ha quedado en pagarle por su servicio, ella le pide una señal: “el anillo del sello, con la cinta y el bastón”. Tras haber logrado ese anticipo, la misteriosa “ramera del camino” desaparece y nadie sabe decirle al enviado de Judá, quién ha podido ser esa mujer cuando él viene a llevarle el cabrito.

Al cabo de un tiempo le dicen a Judá que su nuera está embarazada y que, por tanto, es adúltera, pues debía haberse mantenido fiel a su tercer marido Sela, quien tenía el derecho de casarse con ella. Judá condena a Tamar a muerte: Dijo Judá: «Sacadla y que sea quemada». Pero cuando ya la sacaban, envió ella un recado a su suegro: «Del hombre a quien esto pertenece estoy encinta», y añadía: «Examina, por favor, de quién es este sello y este bastón». Judá lo reconoció y dijo: “Más justa es ella que yo, por cuanto no le he dado a Sela mi hijo. Y nunca más la conocio” (Gen 38, 25-27).

Muchos de nosotros hemos tenido también sueños frustrados, castillos desmoronados, nos hemos aislado en nuestro rincón, sin querer darle oportunidad a la felicidad.

Tamar tenía todo para desistir. Pero por las leyes de la época, ella tenía un derecho y fue tras ese derecho. Ella fue madre de gemelos y el Antiguo Testamento no habla más de la mujer que parecía cargar una maldición.

Dios no se olvida de sus hijos

Dios tiene un amor especial por personas con un pasado difícil y las escoge para realizar sus proyectos. Tamar no escapa a la regla. Ella, que fue tan infeliz en la vida sentimental, que fue motivo de comentarios y que a los ojos de los demás cargaba una maldición, fue escogida por Dios para ir mucho más allá.

En la primera página del Nuevo Testamento, más de 2 mil años después, Tamar, aquella que fuera olvidada por Judá, vuelve a ser recordada. 

El Hijo de Tamar es antepasado de David y así, esa mujer tan sufrida, a quien su suegro negó su derecho, es incluida en la genealogía de Jesús. Es una de las pocas mujeres que es enumerada entre los antepasados de Cristo.

Tamar es una de las “abuelas” de Jesús, según Mt 1, 3: un mujer ejemplar, en el fuerte sentido del término, luchadora al servicio de la vida (de sus hijos). 

Frente a ella se sitúa Judá (¡gran patriarca, padre de todos los judíos!), que aparece, en cambio, como ejemplo de “olvido” y falta de fidelidad, pues no cumple lo que debe a una mujer (Tamar), que tiene que buscar un ardid ambiguo para conseguir la descendencia a la que tiene derecho. 

El hecho de Tamar ha sido visto por la Biblia como providencial para la tribu de Judá y para las promesas de Dios.

 Lo que podemos aprender con Tamar

Por más frustraciones que tengamos a lo largo de la vida, nada puede detener nuestro sueño, ni nuestra búsqueda por la felicidad.

Las elecciones que hacemos tienen que estar de acuerdo con las elecciones de Dios. Por haberse relacionado con personas que no agradaban al Señor, Tamar pagó un alto precio.

Nuestros enemigos conocen nuestra fuerza y los planes de Dios para nuestras vidas, y van a intentar, a toda costa, impedir que esos planos se concreten. Todo ese historial de maldición que rodeaba a Tamar tenía el propósito de impedir que la descendencia de Cristo viniera de ella.

La historia de Tamar es importante en la fe cristiana por varias razones. En primer lugar, muestra que Dios puede usar a personas imperfectas para cumplir sus planes. Tanto Tamar como Judá eran pecadores, pero Dios usó su historia para traer a Jesús al mundo.

Bibliografía: 

Biblia del diario vivir.

Diccionario Nelson


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